Refl.-16-/-20-

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-16-
“Llega a ser el que eres.”
 Píndaro


      Exageraba... Era poco consciente de que le gustaba tenerlo todo “controlado.”.. sobre todo el futuro. Hacía castillos en el aire, articulando pensamientos sobre cómo resultaría... qué le diría.... cómo afrontaría... Vivía en constante desasosiego, porque se daba cuenta que por mucho que quisiera tenerlo todo “atado y bien atado”, había variables que no podía controlar y su vigilante interno se lo hacía notar, creándole ansiedad...
      Se exigía más allá de lo que podía y, en consonancia, exigía a los demás más de lo que debía. Su descontento era generalizado hacia casi todo. La rigidez mental, obra del autoritarismo, dejaba poco espacio a la improvisación, por ello la comparación con los demás, la intransigencia y agudeza para criticar y juzgar estaba alta y en proporción su alto nivel de egocentrismo. Apenas se daba tregua y su enfoque mental estaba más en lo que no quería o no le gustaba, que en lo que sí.
      Un gorrioncillo se paró un día en su ventana; al querer cogerlo...  en un salto, se le plantó en el hombro. La sorpresa no le permitió distinguir si lo que oyó fue un brinco de su mente o el susurro de su guía interno: “Eres una orquídea única... has venido en esta vida a aprender Fe...”
      Cerró un instante los ojos... Siguiendo su ser interno, visualizó un suave amanecer... en el que se recreó un presente que le pareció un dulce despertar.
      A partir de ese día empezó a tranquilizar su “vigilante”, dejando de lado el “pre-ocuparse”, sabiendo que “su” verdad la estaba haciendo libre, en justa correspondencia.

“Quien quiera certidumbre en su camino,
ha de avanzar a oscuras.”
S. Juan de la Cruz

(Extraido del Libro: “Volar sin batir las alas” de Miguel Oller Gregori)

-17-

“No te perturbe lo que vendrá después,
 porque si fuera necesario
 tú le saldrás al encuentro
 armado de la misma razón
 de que te vales para las cosas presentes.”
Juvenal


      Los años que llevaba “educándese” le habían preparado un camino de consciencia y aún cuando el pesimismo del futuro le creaba cierto desasosiego, optó por recrearse en sus logros.
      No le parecieron suficientes por cuanto siempre había tenido una visión interior elevada respecto a lo que quería conseguir. La desilusión no era una alternativa, aunque formaba parte del proceso. Podía medir el aumento de sabiduría por la disminución del pesimismo. Aunque reconocía que esa sabiduría bien era el conjunto de moratones recogidos por el camino.
      Las cicatrices de las batallas libradas eran recordatorios para afrontar nuevos retos y aunque la incomprensión la asediara, sus victorias le dictarían nuevos motivos para aceptar la fe en su camino. Otros buscadores le habían indicado que no era el agua quien podía ahogarle, sino el permanecer sumergido en ella.
      Contemplar esas imágenes, mensajes del interior para corresponder una demanda, le llevaron a rememorar unas viejas palabras impresas en la sabiduría de todas las antiguas culturas: “Antes de que puedas ver la luz, tendrás que enfrentarte a la oscuridad.”

(Extraido del Libro: “Volar sin batir las alas” de Miguel Oller Gregori)


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“He sufrido muchas desgracias...
 que nunca llegaron a ocurrir.”
 M. Twain

      Cuando cada mañana se despertaba, conectaba casi automáticamente el programa para el día, haciendo desfilar un sinfín de pormenores. En escasos minutos había hecho recuento, pero no era suficiente. La inversión de energía por el control de las cosas le descontrolaba y aunque lo sufría, no era consciente de sus razones. Era entonces cuando una puntadita de ansiedad comenzaba a aguijonearle, porque parecía centrarse en aquello que no tenía “controlado.” Procuraba perfilarlo y repasaba detalles y circunstancias a prever, entonces iban apareciendo nuevas variables y su “vigilante interno” iba poniéndose en guardia, generándole más ansiedad. ¡Se preocupaba!
      No era consciente que estaba viviendo el futuro. Por momentos los pequeños inconvenientes que se presentaban en su memoria del día anterior, también cobraban forma y le recordaban que no podía bajar la guardia, resintiendo contrariedades. Antes de ser dueño de sus posibilidades sentía un nudo en el estómago, un temor que le invadía.
      A pesar de haber superado los cuarenta, se ataba a unos procesos mentales boicoteadores. Las contrariedades le pesaban más que sus recursos para contrarrestarlas. Sus elementales mecanismos de defensa todavía no le habían brindado la ocasión de aportarle el “para qué” se asediaba.
      Una depresión le devolvió a una reconsideración de sus estrategias de aprendizaje, dándose una oportunidad a la integración de sus propios descubrimientos hacia la consciencia. Darse un tiempo para el silencio fue un aceptar el potencial del redescubrimiento de sí mismo hacia su Yo. Cada día al despertar daba gracias, se daba unos minutos al silencio y conectaba para caminar con… conocimiento.

(Extraido del Libro: “Volar sin batir las alas” de Miguel Oller Gregori)


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“No puedo cambiar la dirección del viento,
 pero sí ajustar mis velas
 para llegar siempre a mi destino.”
 Jimny Dean


      Había cosas que deseaba cambiar en sus actitudes y comportamientos.
      Quería, ante cualquier eventualidad, esperar unos segundos antes de dar una respuesta. Su estrategia consistía en poner en su bolsillo derecho un objeto personal (las llaves, una canica, un...) y cada vez que se enfrentaba a una situación que requería de una respuesta sosegada, echaba mano de su “reliquia” y la cambiaba pausadamente de bolsillo, dándose el tiempo requerido, mientras buscaba la respuesta más acorde. Había aprendido a “cazar gazapos”, como él llamaba a estas situaciones, que requerían de una percepción especial para presentarlos a la consciencia. Ello era su tesoro, porque había oído de otro maestro que “allí donde esté tu tesoro estará tu corazón” y quería comunicarse con indulgencia.
      Cada semana cambiaba de objetivo a conseguir: elogiar sus logros, hablar lo menos posible, apostar por un ambiente de paz, evitar los mensajes negativos con “no”, potenciar el lenguaje no verbal, estimular la consciencia, manifestar alegría, tener palabras de estímulo...
      Practicaba estos ejercicios sistemáticamente porque era practicar la ley de correspondencia, ofertándose perseverancia, paciencia y constancia.
      Hacía autoevaluación cada día al acostarse, recordando tres cosas que había resuelto favorablemente, tres que había aprendido y tres que podría mejorar o aprender. Era como sentir el aroma de las nubes y hablarle a su estrella.

(Extraido del Libro: “Volar sin batir las alas” de Miguel Oller Gregori)


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      Amuyuni, aprendiz de Caminante, comienza levantando la cabeza, elevándose más allá de donde el cuello reposa, como los suricatas escrutando posibles peligros, con la intención de ver más de lo que se ve.  Es la forma de mirar lo que permite ver.
      “Caminante no hay camino… “, comienza el poeta Machado. La frase es un susurro del alma para evitarle que sea el ego el que le muestre el sendero en la encrucijada. Escucha, asiente con la cabeza, cierra los ojos y deja que sea el Espíritu quien mire y deje ver. Abre los ojos, por comparar, estableciendo que aunque la soledad le empuje a desfallecer, sabe que al cerrarlos es la Esencia la que le ofrece qué ver. Respira hondo para conectar con ella, buscando la quietud, la serenidad necesaria para alejar incertidumbres y comenzar, aunque tambaleante su andar. Su camino no acaba en el horizonte. De vez en cuando detiene sus pasos, escucha su alma, siente los pellizcos de la preocupación y el peso de las arrugas del tiempo, mira al cielo y continúa. Intenta requisar los recuerdos, darle nuevas formas, nuevos contextos. No pretende juzgar, si bien o mal. Más allá de calificativos explora su viajar interior. Busca que el paso sea firme, pero relajado; con fundamento, pero confiado.
      El equilibrio de la Existencia vela para que su andar le permita conectar con el Todo. Su respiración le permite sintonizar con la consciencia. Baja la cabeza, observa el suelo que le sostiene y aunque a veces camina de noche sabe que las estrellas conocen sus pasos.

(Extraido del Libro: “Hacia la sintonía con la esencia” de Miguel Oller Gregori)



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