PAQUIDERMO
(Imagen creada por los autores de la web)
Cuando se está durmiendo no se es consciente del soñar. Sólo al despertar establecemos la diferencia.
El elefantito recién destetado empezó su proceso de domesticación. No, no era una aproximación con consideración del humano hacia él, era mercantilismo: tanto me das, tanto vales. En ese traumático proceso se vio atado a una gruesa estaca por una de sus patas. No entendía. Su instinto animal forcejeó por zafarse. Durante tres días se resistió a ese atentado a su libertad, intentándolo una y otra vez, sin éxito. Poco sabía que el éxito consiste no en ganar, aunque resulte gratificante, sino en no desanimarse. Después de incontables intentos, agotado, aceptó que la cadena, la estaca, eran más fuertes que su voluntad. Se resignó y en su ahora era su realidad, su verdad. La creencia se implantó de tal modo que ya no volvió a intentar escapar. Aceptó su situación como irremediable. La batalla y la guerra habían acabado. En sus mecanismos de supervivencia se estableció que el humano era más fuerte.
Cuando llegó el mañana, ese futuro en el que multiplicó su tamaño y fuerza, su creencia del pasado le mantenía preso. Ahora era una pequeña estaca y una soga floja las que le mantenían subyugado. No era consciente de su poder del momento, que podía cambiar su creencia. Ni siquiera rozaba el imaginarlo. La rabia en aquellos momentos del pasado se había tornado en el presente en desesperanza, su empeño en frustración y el desengaño en credo.
Pasados los años, más de lo que la expectativa prometía, las hondas arrugas, no ya de la piel, sino de los pesares, abotagan su sueño. Una noche, inquieto por las cargas del día, sin ser consciente, el instinto de libertad hace cuña, su creencia asfixiante cede, se rebela contra la credulidad, y la rabia aflora burlándose de la impotencia. Atado como se encuentra estira con fuerza, aunque sin demasiada convicción. La estaca permanece firme, pero la cuerda rompe. Algo siente que ha cambiado. En segundos su limitado cúmulo de valores trasciende. Mira al cielo, un mundo de recuerdos le asaltan. Puede correr, escapar, sentir instantes de libertad. Respira hondo, se debate entre las vivencias del pasado. Mira el suelo, todavía cuelga en su pata un trozo de cuerda. Observa a su alrededor, durante unos instantes de lucidez, el oscuro manto que envuelve su mundo. Podría escapar. Pisa suelo. Los años le han enseñado que en el lóbrego vivir de los humanos sus aspiraciones de elefante son humo. Se hace consciente de su limitación. Traga saliva, vuelve a respirar con profundidad, se tumba lenta y plácidamente, cierra los ojos, al momento observa una tenue luz que empieza a rodearle y en unos instantes se ve flotando, observándose allí abajo tumbado. Una confianza como no había sentido le arropa, le acuna. Escucha una suave melodía y se deja llevar. Siente que su libertad es palpable y una sonrisa se le dibuja, cambiando la resignación de toda una vida por aceptación y entrega.
¿Cuántas veces hay que intentar lo imposible?
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