En medio de sus reflexiones, en el suave aleteo de la consciencia, Amuyuni, en su diálogo con el Universo, se pregunta ¿Por qué me cuesta tanto sentir el ligero parpadeo que humedece mis ojos? Deja que la respuesta le nutra. La Unidad que le sostiene sabe de la respuesta. Escucha y…oye.

      ¿Le pones marco o simplemente mides esfuerzos?

      Procura escuchar y contestarse, manteniendo el diálogo, como si algo interno y externo solicitara fundirse. Sorpresivamente su respuesta le confunde.

      Las palabras nos descubren conexiones, pero nos alejan de sus sensaciones, se responde.

      Amuyuni escucha sus razonamientos, recapacita. La duda orbita.

      Bien. Te salgo al encuentro con otra pregunta capciosa, para equilibrar la tuya ─se escucha contestándose. Pero no creas que eludo tu interés, puede que el forzar la confusión te parapete en el raciocinio. ¿Escuchas el silencio? Tu intención es una parte importante de la "realidad".

      Vuelve a considerar la afirmación y se pregunta el para qué de su pregunta inicial. ¿Propósito, intención? Otras preguntas le abordan.

      ¿Consciencia? ¿Quieres darte cuenta de cada vez que parpadeas? ¿Para qué?

      Reconsidera el bombardeo. Colosal empresa, sin duda. Improbable. No hay dos sin tres, se dice. Una tercera pregunta le secuestra.

      ¿Qué encierra una circunferencia?

      Casi no da crédito. No ve aparentemente relación. Tras breves segundos de meditación se escucha intentando contestar: ¿Un vacío? ¿Un espacio?

      ¿Te continúo balanceando? ¿Qué es un punto?

      Amuyuni no tiene respuestas. Probablemente en su lógica oculta el objetivo de sus auto preguntas no era obtener respuestas, sino iluminar su caminar. La luz de las respuestas no alumbra tanto como la de las preguntas.

      Se percata que comienzan a cobrar sentido, porque no son dictámenes, son invitación a percibir lo ilusorio del llegar, cuando ya estaba ahí.

      ¿Cuántos intentos de acercamiento hacen la verdad sostenible?