ESPÍRITU
(Imagen creada por los autores de la web)
En medio de la ensoñación, entre lo real y la fantasía, Amuyuni observó un globo esférico antes sí. En medio de su meditación, del silencio, se sorprende por intuir que quizás es objeto de su plegaria: reconducir su Esencia, revalorizar sus creencias. Concentra su atención en esa manifestación de unos 2 metros de diámetro. Su color ambarino pulsa al ritmo de su respiración; un suave destello le atrae. Se aprecia sólida, pero frágil, asentada e ingrávida a la vez. Se acerca a escasos centímetros y puede oler a jazmín y a azahar; escucha de fondo murmullo de agua y pájaros; su color refleja un brillo sugerente. Toda una invitación al contacto. Alarga su brazo derecho con el propósito de apoyar la palma de su mano en la porosa superficie. Siente las pulsaciones, su suave calidez y su tacto ligero. Cierra los ojos, pide permiso para trascender la frontera de lo exterior. Extiende más su brazo y sin esfuerzo se hunde en la pompa. Solo siente suavidad, un leve cosquilleo, cálido y amigable. El murmullo del agua parece más cercano. El sutil aroma de flores impregna su entorno. Instintivamente da dos pasos, sin dudar, sin temor, sin falsas expectativas. De repente, como si hubiera traspasado una cortina de humo tenue, se observa rebasando la frontera entre lo externo y lo interno, entre lo conocido y lo desconocido. La calidez del encuentro que transmite confianza, le produce satisfacción alegría y serenidad. Un estado de calma le invade. Todo es transparencia. En el interior los sentidos parecen desvanecerse. Abre los ojos y observa una luz suave, cambiante, entre el blanco, dorado, añil y morado. El silencio, la placidez y la sensación de calma le impregnan. La sensación de bienestar es casi absoluta. Sin que formule deseo alguno los haces de luz le envuelven, reconocen su cuerpo, interna y externamente. Siente renovada energías, el placentero toque de la armonía, el equilibrio y la seguridad. Se deja acariciar y va constatando que sus pequeñas dolencias y malestares se van disipando. Parece levitar. Sus pensamientos ni siquiera sondean el qué o el por qué. Se deja acunar. El tiempo se detiene, observa con extremo agrado los juegos de luces y el bienestar consiguiente. Siente el deseo de permanecer indefinidamente. De repente al sentir el peso de su apetencia se siente afuera. El desconcierto e incertidumbre se le hacen patentes. Cierra los ojos para captar con toda su alma el momento. Una ráfaga de intuición le reclama desapego. Cuando abre de nuevo sus ojos el encanto ha desaparecido. Duda entre la ensoñación y la fantasía. Siente el suave roce de la Providencia. Queda un frágil recuerdo y la sensación de belleza paz y plenitud. Da las gracias desde lo más hondo de su estima y un propósito fluye: desde ese momento incluiría esa visualización en sus meditaciones, no como deseo, sino como aceptación del reencuentro con su esencia. Su despertar era el deseo, sin recelo, de comenzar a ser consciente de sus pensamientos en la búsqueda del "conócete a ti mismo".
¿Cuánto hace falta desechar para ser consciente?
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