LA CARRERA

LA  CARRERA

(Imagen creada por los autores de la web)

      La maratón había congregado aquel día una multitud de "corredores". En el punto de salida todo estaba dispuesto. Los participantes, con sus expectativas, ataviados para la ocasión, se dejaban acariciar por la tibia mañana. Una suave brisa hacía presagiar una espléndida jornada. Inquietos, esperaban con impaciencia el pistoletazo de salida. Todo un reto de fortaleza, voluntad, perseverancia, equilibrio…

      El momento esperado pone en marcha la muchedumbre inicial. Al principio es una masa buscando hacerse un sitio. Los instantes se suceden y el conjunto empieza a estirarse. Los primeros quilómetros van estableciendo el ritmo y los plusmarquistas se desmarcan del pelotón. Flanqueando la carrera numeroso público jalea y anima. Los primeros se concentran en el ritmo; de vez en cuando miran atrás pero fían sus fuerzas a su entrenamiento. Su objetivo era llegar a meta lo antes posible. Ganar forma parte del sector de élite, para participar ya estaban los demás.

      Había una corredora en los primeros lugares entre los rezagados, quizás con menos pedigrí que los campeones, con menos empaque y presencia, que iba repartiendo sonrisas, animaba a cuantos a adelantaban. Disfrutaba del ambiente. Su objetivo no era llegar de los primeros. No era la competición la que le embargaba. Enfocaba su atención no tanto en lo que le quedaba por recorrer, como en lo que sucedía a su alrededor. Cuando el cansancio empezaba a hacer mella aflojaba el ritmo, se ponía al lado de alguien que también acusaba el esfuerzo e intercambiaba miradas y sonrisas. Al poco observó que algunos se iban incorporando a los lados formando una ancha fila. Al ritmo, animando al público que les aplaudía. Aquella pequeña circunstancia les enardecía ofreciéndoles confianza, satisfacción. Poco después, sin saber cómo, otra fila se fue incorporando detrás, paralelamente. Las miradas cómplices se sucedían y la entrega, acompañada de risas fue en aumento. Apenas se dieron cuenta que una tercera fila les seguía y se estaba formando una cuarta, sosteniendo el ritmo, levantando brazos, saludando. Todo un clamor de palabras de ánimo se sucedía a su alrededor. Era algo inédito. Ya habían sobrepasado la mitad del recorrido y apenas sentían el cansancio. Se había impuesto un desenfadado ritmo, fluido, equilibrado y les multiplicó la confianza. Parecían ir al compás. Otras filas más se incorporaron. No era casualidad, un enfoque nuevo parecía primar. Era disfrute. Compartir alegría, cansancio, desenfado, derrochar simpatía. Eran Uno.

      Los quilómetros se fueron sucediendo ligeros y los espectadores irrumpían en aplausos y vítores a su paso, que eran devueltos con la misma empatía y efusión. A poco más de un centenar de metros de la visible meta comenzaron a darse la mano cada fila, formando un grupo más compactado. Poco importó quien había llegado antes o después. El logro aportó suficiente satisfacción. Los medios de comunicación ensalzaron lo insólito de lo sucedió y alabaron su gesto. Se recordaría durante mucho tiempo el día en que el correr se convirtió en compartir una ilusión, un gozo.

      ¿Cuánto ha de pesar la Unidad para que se traduzca en contento?


 

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