Envidia
“Nuestra fuerza es hija a veces
de la ignorancia de nuestra debilidad”
Gustave Le Bon"
(Imagen creada por los autores de la web)
─Amuyuni ¿Qué puedo hacer para evitar la envidia? ─solicitaba consejo una joven.
─¿La propia o la ajena? ─pregunta con ánimo de zarandear opiniones.
─La propia. La ajena está fuera de mi alcance. Creo…
─¿Estás contenta y satisfecha con la que tienes?
─Soy consciente de que la insatisfacción nos lleva a comparar. La mía me zarandea y corroe sin saber por qué.
─¿Qué te disgusta, exactamente?
─Me siento molesta con lo que otros tienen o consiguen.
─¿Eres consciente de que te comparas?... ¿Para qué lo haces?... ¿Qué significa para ti? Toda comparación es odiosa. ¿Para qué?
─No sé… No lo había pensado. Creo que es una manera de medir mi valía.
─¿Mides lo que vales comparándote?
─Yo sé que mi valía no depende de lo que tengan o hagan los demás.
─Pero el deseo, la posesión… son fuertes.
─Sé que el calvo, por mucho que coleccione peines, sólo persigue un despropósito.
─Alguien decía que los ojos del envidioso están enfocados afuera, al querer ver no lo que tiene, sino lo que le falta.
─¿Entonces? ¿Debería centrarme más en lo que tengo que en lo que tienen los demás?
─Tu autoconcepto está dormido, quizás mojado. Estás despertando, apreciando que la puerta de tu celda no tiene cerradura.
─Yo pienso…
Amuyuni puso su dedo índice ante su boca reclamando silencio. Ofreciendo un tiempo para saborear el compararse, despertar y deseo, claves del desaprender.
¿Cuántos disgustos pesa la envidia?