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“Nuestras creencias pueden cambiar

debido a la fuerza y a la inmediatez

de la experiencia personal.

Empezamos a comprender algo

cuando experimentamos su esencia.

La creencia se convierte entonces en saber.”

Brian Weiss

 

      Amuyuni es consciente, después de las reflexiones anteriores, de que cierta desazón provenía de no querer enfrentarse a verdades que le forzarían a cambiar actitudes defendidas por absurdas creencias.

      Esfinge conoce y respeta su fragilidad. Sabe que parte de la flagelación interna a que se somete Amuyuni es fruto de percepciones aprendidas, que como tatuajes impregnan y perduran. Muchos de los paradigmas, a los que quiere someter, son como lapas y el desaprender requiere consciencia y perseverancia. Respeta sus devaneos, su inocencia, sus indecisiones… Reverencia su disposición.

      Amuyuni, tras un prolongado silencio asiente con la cabeza, aceptando el reto de seguir adelante, haciéndose consciente de sus reflexiones. Se siente atraído por el soñar. Quizás el árbol del desapego estaba comenzando a florecer. Entiende que en su ensueño son Uno. La Providencia, con sus designios, traza senderos en el mar, invitando a caminar sobre el agua; incluso volar. Aunque con reticencia a cuestionar sus verdades, acepta que la congruencia requiere de serenidad, valor, voluntad y confianza.

 

 

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“La vida es un 10% de lo que me ocurre

y un 90% de cómo reacciono ante ello”.

Ch. Swindoll

 

      La sintonía entre Esfinge y Amuyuni es Uno. Aceptan el reto de nuevos aprendizajes.

      Esfinge le guiña el ojo y le brinda una sonrisa. Durante mucho tiempo Amuyuni ha visto el mundo a través de una pajita. Sintonizar con la Esencia requiere disposición de ánimo y prudencia. Intuir ciertas contradicciones incita a cuestionar otras, desenredando la madeja de las decisiones. Las fuerzas con las que lo emprenda será decisión, ejercicio de libertad, atajo hacia el aprendizaje con comprensión. Como alguien dijo: “Si no sabes lo que buscas, aunque creas saberlo, te conformarás con lo primero que encuentres”. Cerrada la noche para volver a la luz hay que esperar cierta oscuridad.

      Esfinge prefiere hacer un preámbulo quizás buscando sosegar prejuicios, preparando a Amuyuni a aceptar que las alternativas, los recelos a acceder al conocimiento sólo eran renuncias a remover verdades, que podrían sacudir la confortabilidad de la rutina. Así que, rompiendo la magia del silencio expectante, comienza a referirle, a manera de aperitivo una pequeña anécdota, tratando de desviarle de falsas expectativas, de tensión, recelo o desconfianza.

      ─Cuentan que en una ocasión un muchacho decidió comprar un asno a un viejo campesino por una módica cantidad, que sin ver aceptó pagar. El anciano acordó que le entregaría el animal al día siguiente. Siguiendo lo pactado el joven se presentó en la granja para recoger su compra. El campesino compungido le dijo que lo sentía, pero que el burro por el que había pagado había muerto. El mozo aceptó las disculpas y solicitó que le devolviese el dinero. El viejo argumentó que no podía hacerlo por cuanto ya se lo había gastado. Ante tal contrariedad el joven solicitó que vistas así las cosas le entregara el animal de todas formas, cosa que el anciano hizo. Preguntó intrigado qué pensaba hacer con él. “Rifarlo” fue la contundente respuesta. “¿Rifar un burro muerto?” El campesino no daba crédito. Al cabo de un mes se encontraron casualmente de nuevo y el anciano indagó sobre el resultado. El joven había vendido suficientes boletos para recuperar su dinero con ganancias, sin decir que el burro estaba muerto. Sólo tuvo… que devolver el dinero al ganador.

      Amuyuni recapacita: siempre hay opciones. Las parábolas llevan inmersas imaginación, a través de la flexibilidad, buscando desarticular la rigidez de los prejuicios.

 

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“Asume que,

si no hubieras obtenido ventajas

al no hacer nada,

nunca habrías aceptado

quedarte inmóvil.”

Susan Jeffers

 

 

      Esfinge guarda silencio. Son Uno. A veces el destino requiere distanciarlos para adquirir perspectiva. “Para que nada nos separe, mejor no estar unidos” insinuaba el refrán. Pensar como parte del Todo requería convicción. Sintonizar con la Esencia demandaba disposición y atrevimiento.

      Amuyuni está masticando: “quien lo hace lo hace cantando… quien lo usa nunca lo ve…” Rumia mientras llamaradas de recuerdos intentan ofertarle alguna pista, dejándole que paladee la lección.

      Una máxima se cuela como intrusa: “La mejor manera de sortear la ignorancia es aceptándola”. No le presta mayor atención. Un viejo chiste le viene a la mente en el que dos amigos filosofando uno le pregunta al otro: ‘¿Sabrías diferenciar lo justo de lo correcto?’ después de unos segundos le contesta: ‘Si te metes el dedo índice en la nariz viene justo, pero no es correcto’. El pequeño inciso le hace asomar una leve sonrisa.

      Sin tiempo para volver a sus elucubraciones y responder al acertijo, Esfinge le refiere una pequeña fábula para refrescar el intelecto.

      ─Se cuenta que, en el recorrido que hacía a diario un arriero con dos sacos de sal, cargados en un borrico, debía atravesar un pequeño río. Una de tantas el animal en un traspié se fue de lado y la carga se mojó, disolviendo parte de su contenido, cosa que el asno agradeció al aligerársele la carga. A partir de ese momento cada día el borrico tropezaba al llegar al río, estropeando parte del cargamento. El arriero, decidido a terminar con la estrategia del animal cargó sacos de arena, que al mojarse almacena agua, aumentando su peso. No hizo falta cargarlo una tercera vez con arena. A partir de ese momento al atravesar el riachuelo el pollino mantenía perfectamente el equilibrio.

 

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“Sabía escuchar de tal modo (Momo)

que de pronto a la gente tonta

le venían pensamientos muy sensatos.”

Michael Ende

 

      Amuyuni ha escuchado con atención. Escrutando sus pensamientos Esfinge le sale al encuentro con un comentario.

      ─Lo que es bueno para unos puede no ser conveniente para otros. El que yo haga algo cantando no quiere decir que forzosamente te vaya a alegrar…

      Esfinge intenta distraer su atención para romper sus rutinas de pensamiento lineal, igual que hizo anteriormente, dirigiéndole de manera sutil hacia la plasticidad necesaria para abrirle a otros postulados.

      ─No es, la mayor parte de las veces, lo que cargas lo que te pesa y te dobla, sino cómo lo cargas ─le insiste de nuevo Esfinge.

      Amuyuni vuelve a la fábula que le acaba de contar, visualiza al borrico queriendo desprenderse de la carga… pero no alcanza a dar con la moraleja. Entiende que los estímulos positivos refuerzan comportamientos; los negativos pueden cambiar actitudes… ‘Buscar placer, evitar dolor’ se dice, concluyendo. No obstante no advierte una correlación con el acertijo propuesto.

      Esfinge le insiste con una nueva alegoría.

      ─Antiguamente, cuando el alumbrado público funcionaba con gas, se producían explosiones, porque las fugas eran indetectables. Se decidió entonces añadirles extracto de ajo, para que por lo menos fueran olfativamente perceptibles. Percibir el problema era vital, la estrategia todavía perdura. Actúas según piensas y como piensas, percibes. Esa podría ser una moraleja. Por si ello te… pre-ocupa…

      Un debate interno sacude a Amuyuni en torno a la pre-ocupación. Entenderla formaba parte del arte de ser consciente. Es por eso que el deseo de dar con la solución le hace perderse el paisaje del camino. En los juegos llegar a la meta va asociado al ganar; cómo hacerlo es un ejercicio de discernimiento. La fábula de la tortuga y la liebre así lo confirma.

      Acepta que Esfinge sólo es el reflejo de las propias inquietudes, de las aspiraciones y expectativas. Comienza a diferenciar entre deseo y necesidad. Se aspira a la superación y en esencia el desaprender vicios adquiridos requiere… como la liebre de la fábula, dormirse en el trayecto. Procede creer en los sueños… y en el despertar, aunque nos desconcierte el intentar encontrarles sentido.

 

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“No son las circunstancias

 sino el espíritu con el que las afrontamos

 lo que conforma nuestro bienestar”.

 Elizabeth King

 

      Ambos inspiran hondo, compartiendo enseñanzas. Amuyuni entiende los entresijos del conocimiento como un todo. ¿Qué designios le habían llevado a aquel escenario? Se miran a los ojos, levantan las cejas, abren las manos y levantan los hombros. Conllevan una complicidad plena; beben del mismo arroyo, son Uno. Los sentimientos les permiten mirar al cielo, pero procuran sujetarse con los pies al suelo.

      ─El sendero explorado y no sólo dar con la solución es el objetivo en el peregrinar del entendimiento ─le recuerda Esfinge ─: Había una vez un agricultor que tenía fama en la comarca de cultivar los mejores cerezos, pero no por ello dudaba en ofrecer ayuda, injertos o consejo a los agricultores vecinos. Sabido es que el cerezo, de la familia de las rosáceas, tiene flores hermafroditas y aunque puede autopolinizarse como último recurso, necesita de la ayuda de los insectos y del viento para una polinización cruzada. Lo que se podría interpretar como altruismo o generosidad del agricultor no dejaba de ser interés propio: los mejores árboles darían mejor polen, mejores cerezas. Era fiel al principio comentado: todo lo que das te lo das; todo lo que quitas te lo quitas.

       ‘Quizás algún día… sí… algún día… pudiera ser capaz de caminar sobre las aguas…’, piensa Amuyuni.

Esfinge sonríe. Volar no es cuestión sólo de alas… si se sabe caminar como mago.

      ─Antes de que los médicos utilizaran ordenadores ─le dice─, tenían fama de letra ilegible; los farmacéuticos eran expertos en descifrarla; los pacientes… simplemente confiaban en los remedios. Recuerda el acertijo: “quien la usa no la ve”.

      Amuyuni se sorprende porque una vez más tampoco observa una relación directa entre la anécdota de los médicos y una de las premisas del acertijo, que le refiere Esfinge. Por unos instantes se queda meditabundo intentando no perderse en las diferentes encrucijadas, aunque en el fondo ya sabe que todos los caminos conducen a la Esencia. ¿Esencia?

      ─”Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”, decía Carl Jung ─le insinúa Esfinge anticipándose a su desconcierto.

      La suave melodía del “Sueño de amor” de Liszt se escucha de fondo. Ambos se dejan flotar.

      ─Te estoy ayudando a afilar tus herramientas ─incide nuevamente Esfinge ─. Si al imaginar creas, al creer imaginas.



(Extraidos del Libro: “Hacia la sintonia con la esencia” de Miguel Oller Gregori)

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