Fascinación:

      Flotando, con sensación de total ligereza, unas flores estilizadas simbolizan la atracción, algunas veces irresistible hacia un algo. Etéreas, como la fascinación, no tienen raíces, justificación. Surgen a veces de las mismas apetencias adornadas de necesidad. Deseos que cobran vida sin saber su origen ni repercusiones. En el fondo flotan junto a ellas esferas de aspecto octogonal. El ocho, las formas octogonales vienen a simbolizar la transición entre el cielo y la tierra, entre lo humano y lo divino; también la perseverancia para logros materiales y espirituales. Las estilizadas flores representan los deseos adornados como volutas, volubles y frágiles.

      La fascinación, el glamour, encandila, porque en el fondo se persigue una ilusión, un sueño. Todo se enmarca en lo atractivo, en el encanto especial de la quimera, del deseo de parecer, de aparentar, de poseer. La vanidad y la arrogancia están en todo momento entre bambalinas. Sutileza y gracia, espectáculo y pomposidad.

Peregrinaje:

      Como un paisaje irregular y desdibujado, a lo lejos aparecen unas montañas y unas siluetas humanas. Un camino tortuoso, en una ascensión sin límite. Los seres humanos a lo largo de reencarnaciones van comprendiendo y ascendiendo. El paisaje desde arriba se obtiene mirando hacia abajo; los de abajo hacia arriba. Las figuras aparecen como desconectadas, dando sensación de que en su peregrinar se sienten solos. Cada uno, cada grupo, escala su propia montaña. Cuando se llega a la cumbre de una siempre hay otra más allá y personas escalándola. Cuanto más alto, más solitario. La perspectiva permite sondear los que van por delante y los que se asoman por detrás. “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar”, decía el poeta Machado. Sin sendas, cada peregrinaje, parece pretender un logro, una búsqueda espiritual al encuentro con la Esencia. Un viaje sorteando barrancos, aunando esfuerzos, puliéndose como el diamante.