UNIDAD

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(Imagen creada por los autores de la web)

      La llamada de esa parte de nosotros que llamamos Naturaleza ejerce un poderoso influjo. Contactar con rocas, arbustos, árboles, pájaros… el viento, el silencio, los mil aromas de Esencia… es conexión.

      Amuyuni decidió aquel día adentrarse en una zona boscosa. La tupida vegetación le presentó su cara más agreste. Senderos inexistentes, árboles compitiendo, buscando el cielo en su rivalidad, y una masa arbustiva densa no le hicieron desistir de degustar aquel silencio, esa sensación de libertad. Con el deseo como bagaje, lejos de prudencias limitantes, empezó a aventurarse. Se hizo receptivo al silencio. Los susurros del viento, ruidos de ramas y chasquidos le envolvieron; observó la danza de las copas, cerró los ojos y trató de aspirar los aromas. Empezó, con satisfacción a ser parte de ese intrincado equilibrio durante unos instantes eternos.

      Al abrir los ojos la imagen que percibió le dio un sobresalto. A escasos 20 m. un oso de tamaño considerable observaba. Amuyuni, por lo que había leído, evitó mirarle a los ojos. Mantuvo su posición y evaluó posibles alternativas a una confrontación. Desestimó el salir corriendo, porque sería alentar al oso en su instinto predador. Inspira hondo. Cierra los ojos, abandona cualquier enfoque de enfrentamiento. Aún así el oso había olido el sutil aroma del miedo. También él evaluaba: un desconocido que, o bien le usurpa su territorio o es un retador. Los pensamientos del animal son primarios, pero contundentes. Se levanta sobre sus piernas posteriores para ofrecer una imagen de poder. Amuyuni permanece con los ojos cerrados en total quietud. El oso espera algún movimiento. No reconoce de cerca a los humanos, pero su madre le previno de ellos: eran taimados, desaprensivos, con recursos traicioneros. Lecciones de su abuela y de a saber cuántas generaciones de osos. Emite un rugido, pretende abrir una brecha y averiguar las intenciones del extraño, antes de entregarse a una lucha abierta. Duda. Los segundos se ralentizan. El tiempo se detiene. Amuyuni se pliega a la espera, su respiración calmada le va tranquilizando; el temor se deshace como la espuma. No son contrincantes, ni adversarios. ¿Qué mensaje enviar para deshacer cualquier predisposición adversa en el oso? En instantes, pausadamente, hinca una rodilla al suelo, baja la cabeza, inspira hondo, despierta a su espíritu.

      El plantígrado observa, no distingue trazas de agresividad o confrontación. No quiere ser el primero en formalizar un ataque. Amuyuni comienza a silbar el “Himno a la alegría” del gran compositor Beethoven. Se sorprende de su estrategia. Siente la calma. La Naturaleza aprueba su gesto. El úrsido, señor del territorio, estima que no hay fiereza, ni reto, ni agresión. Olfatea el viento y apenas distingue los efluvios del temor. Con esa melodía envolviendo el momento, el oso se relaja, no tiene suficiente hambre ni ganas de pleitos. Así, sin mayor despliegue, da un par de pasos hacia Amuyuni, se detiene, le da la espalda y se dirige con paso lento hacia la espesura. Amuyuni lo siente, abre los ojos y puede alcanzar a ver su pelaje entre los arbustos. Se tranquiliza, da gracias, y sabe que su prueba ha sido superada. Los devas del bosque, que han aceptado su himno como ofrenda, le dan la bienvenida sin reservas. Consciente de su despertar continúa su alquimia con satisfacción y confianza.

      ¿De qué depende dos milagros?



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