DESPEREZÁNDOSE no DESESPERÁNDOSE
(Imagen creada por los autores de la web)
Mientras meditaba, entre el trance y la somnolencia, con una pregunta en la mente: ¿cómo afrontar el despertar? Amuyuni se vio en medio de un profundo barranco, estrecho, con muy altas y escarpadas paredes. Miró hacia adelante y apenas alcanzó a una veintena de metros, los recodos no permitían trascender más allá; quiso contrastar y dirigió su mirada hacia atrás, con el mismo resultado. ¿Dónde se encontraba? Fue su primera incógnita. Observó con detenimiento las irregulares y pronunciadas pendientes que lo flanqueaban, inexpugnables, amenazantes. Respiró hondo intentando serenarse. Otra pregunta le asedia ¿cómo había llegado ahí? Su mente no encuentra respuesta. Hace un esfuerzo por rememorar sin ningún resultado. Le llama la atención además el pegajoso silencio, sólo alterado por algún graznido y el juguetón silbido del viento. Siente el sobrecogedor sentimiento de soledad e impotencia. Olfatea el aire pero apenas percibe un suave aleteo entre humedad, tierra y vegetales. Abre los ojos intentando serenarse y se escucha: ¡despierta, tu esencia te reclama! La perplejidad le sume en la incertidumbre. Mira al cielo y entre las penumbras de las nubes eleva un profundo suspiro; observa sus pies, esboza una sonrisa mientras levanta los hombros, entre resignación y conformidad. Se recuerda que el éxito de cualquier empresa implica nunca desanimarse. Se consuela. No sabe dónde se encuentra y duda si gritar o llorar. Vacila entre avanzar o retroceder. Una pequeña inclinación descendente le sugiere seguir en esa dirección, la del discurrir del agua. Asume su decisión, que parece arroparle. Dirige su atención a mirar la hora, pero observa que no lleva reloj. Aunque se siente ligero le pesa la confusión. Quedarse a esperar no era opción. Desestima trepar por las ásperas pendientes, demasiado accidentadas para una escalada inexperta. Valora de nuevo sus opciones y se reafirma en su decisión. Entre penumbras da los primeros pasos, con cierta humildad, abrumado por el escenario y bajo el empuje de la contrariedad con las mismas preguntas flotando en su mente. Cada recodo le invita a mirar atrás, simplemente para cerciorarse de que avanza. Cuestiona de nuevo la opción de la ascensión, desestimándola sin reparo. Sigue caminando. Decide canturrear por aquello de que el que canta su mal espanta, escuchando el distorsionado retumbe del eco. Observa que respira superficialmente. Intenta calmarse, apenas lo consigue. El tiempo parece detenido, pero sigue hablando, mientras maldice algún contratiempo. Sigue su derrotero y, mientras, la pregunta inicial orbita una respuesta: ‘camina’. Al poco otro empujón: ‘sigue’. Se debate entre el desánimo y la duda. Busca entre los resquicios de la coherencia del destino y otro pellizco le asalta: ‘continúa’. ‘El despertar es aceptar que estás durmiendo y en vigilia a la vez', se escucha. Tropieza: ‘atención’. Mira el cielo, parece más oscuro. Respira con dificultad. No ve el final. De pronto escucha voces. Grita. Se hace oír; contacta con otros caminantes arriba, que le dan indicaciones. Siente redoblado el ánimo y sigue el consejo. ‘Tu despertar es un paso a la consciencia de seguir a tu Esencia’, escucha entre el silencio’. Cierra los ojos y… despierta. El recuerdo del sueño se le hace confuso, pero desentraña el mensaje. Al desperezarse acepta qué es la voluntad de ser consciente.
¿En dónde se establece la frontera entre la consciencia y su ausencia?
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