DESCONOCIDO
(Imagen creada por los autores de la web)
Sobrepasados los cincuenta años, un día de esos en los que un sueño reparador y un sol espléndido promete una buena jornada, se tomó su tiempo en acicalarse para enfrentarse a sus ocupaciones. Se encontraba bien, confiado, satisfecho, incluso alegre. En medio de sus rituales, se mira al espejo, guiña un ojo, lo intenta con el otro, hace una mueca, se levanta las puntas de las orejas, se aplasta la nariz… Este despreocupado juego le lleva a posar su perfil, su cara levantada, su frente despejada… por un momento, ese en los que el tiempo se detiene, se fija en sus ojos. Algo le atrapa. Su interés crece. Frunce el ceño, levanta las cejas. Se sorprende más y más de su mirada. Aunque los gestos son disparatados, su percepción de la pupila no deja de intrigarle. Baja los parpados, los levanta, su mirar le sigue. Se vuelve de perfil, el rabillo del ojo le devuelve su enigmática visión. Se vuelve de frente, se acerca al espejo, se aleja. No sabe cómo definir aquel inquietante interés. Sigue sondeando, con los ojos muy abiertos, achinándolos, acurrucando a la mínima expresión para ver. De repente se queda quieto, no sabe quién mira a quien, si él al espejo o la imagen del espejo a él. Se sorprende de esa manera de percibir. Nunca se había percatado de manera consciente. Sigue escrutando. Busca el mensaje sutil, el aleteo del alma, se fija en su boca. El triángulo con sus ojos y boca le hace retirarse un tanto del espejo. Presta atención. Sus labios, sus cejas, las comisuras de la boca, la nariz por techo, las pestañas, los labios apretados, una media sonrisa, una visión forzada. Algo le empuja a desnudar su alma. Relaja la boca, suelta los ojos. El triángulo le cautiva. Respira con una cadencia alterada. Observa de nuevo. Se sorprende de su atención, requiriendo, buscando, analizando un mensaje. Ve distraídamente una leve tristeza en sus ojos. Los acurruca de nuevo. Las muecas de labios denotan sorpresa, una sonrisa forzada. Se aleja un poco para mitigar el efecto. Le persigue su imagen. Se acerca de nuevo hasta casi tocar su nariz con el cristal. No acaba de traducir esa esencia, ese equívoco mensaje. El tiempo, el instante está detenido, le retiene. No sabría… su intención… ¿Cuál era el propósito de aquel sondeo? Algo le dijo que sus cincuenta veranos comenzaban a reclamar atención al Espíritu.
Vuelve a su mirada, es honda, reclama actitud, precisión, aire fresco, confianza. Hace un parpadeo, le sugiere un vuelo rápido. Se fija un poco más y el mensaje comienza a cobrar forma. Desconoce ese requerimiento de libertad. Le sorprende la bondad en el fondo, su fijeza. Decide, entre ese cúmulo de sentimientos, cerrar los ojos, adentrándose en el silencio. El tiempo parece querer recuperar su lugar. Tras varias respiraciones profundas, levanta los parpados, vuelve la luz, reconoce el entorno, la magia sigue, pero deslucida. Guiña un ojo, asiente con la cabeza, afirmándose algo en el subconsciente. Considera haber conectado con ese mirar interno, con la confianza de haber atrapado una sombra de su espíritu. Fue alentador, sugerente y mágico.
Poco a poco se retira de su imagen, observando que una tenue luz le acompaña. Su despertar había comenzado.
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