Refl.-26-/-30-

Refl.-26-/-30-
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“Cree en lo divino que hay en ti
y luego escucha el río de la vida.”
Sai Baba

      Hacía tiempo que había empezado a ser testigo de mensajes limitantes en los diálogos, tanto internos, como externos. A veces se oía decir: “No sé dibujar...”,  “No sé cantar...”, “Es difícil...” o incluso agregar al final de una disertación: “…no sé...”, mensajes excluyentes de alternativas creativas: dicotomías del o sé o no sé... Pero en su mente aparecía la pregunta ¿comparado con quien? ¿o con qué?, porque lo que parecía una conclusión era en realidad un comienzo: no saber ya implicaba saber algo.
      Al indagar sobre éste proceder del pensamiento, escuchaba racionalizaciones como “reconocer las propias limitaciones es ser realista” o “hay que ser consciente de nuestras limitaciones...”
Con un fondo de coherencia aceptaba que era limitado, tenía limitaciones, aunque... no conociera límites.
      A veces también escuchaba un lamento algo más preciso, pero igual de tajante y usurpador de esperanza: “yo nunca sabré dibujar como Velázquez, o Goya o Leonardo de Vinci....” Se revolvía con rebeldía para cuestionar el “nunca”, porque era demasiado tiempo, demasiado desalentador.
      Elevar la vibración implicaba descartar pensamientos que conllevaran a la aceptación de “realidades” sin alternativa, porque escuchar el río de la vida también implicaba que lo que fuera capaz imaginar, pasaba a formar parte de su patrimonio.
      Aunque caminaba con muletas, aceptaba que una era el sé, quiero, puedo; la otra: lo imposible es posible.


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“La única educación eterna es ésta:
 estar lo bastante seguro de una cosa
 para decírsela a un niño.”
G. K. Chesterton

      Leía que Oliverio W. Holmes hablaba de la deuda contraída con su aya, que desde niño le había enseñado a no preocuparse de los incidentes desagradables. Cuando se lastimaba el pié, o se aplastaba las narices, no le consentía nunca detenerse en el daño recibido, sino que le llamaba la atención hacia un bonito objeto, le contaba un cuento o le recordaba algún suceso agradable.
      Aunque sencillas, eran enseñanzas genuinas de Vida: Mejor dejar entrar el bien que empeñarse en sacar el mal.
La pedagogía natural enseñaba que dejar de preocuparse por algo implicaba ocuparse en algo diferente. Un canalizar convenientemente energías. Aprendizajes de intuición. Conexiones con el sentido común.
      La sencillez le llevaba a rememorar cómo se sentía de pequeño con las cosas que le decían. Era buena escuela recordar los distintos momentos del caminar... cada aprendizaje y cómo se había presentado. Recapitulaba momentos en los que los “mayores” le habían enseñado cosas contradictorias, para no perpetuar el error. Continuamente estaba desaprendiendo para darse una oportunidad hacia la comprensión.
      Cuando sentía algún bloqueo de transferencia de empatía, intentaba recordar y ponerse en el lugar del otro, buscando rescatar lo útil de lo que pensaba y sentía en similares circunstancias. Visualizaba los sentimientos de su niño interior y buscaba sincronizar sus demandas externas con las internas.

“La inteligencia busca,
pero quien encuentra es el corazón.”
George Sand


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“No evolucionas buscando en otros lugares,
sino poniendo la atención y abrazando
todo lo que tienes ante ti.”
Dan Millman


      Había momentos, días, en los que pensaba, desanimado, que podría dedicarse a alguna profesión más satisfactoria, porque las rutinas y sinsabores a los que se enfrentaba cada día no eran algo relevante para su capacidad y expectativas.
      En su visión de servicio era muy probable que viera el bosque, pero no los árboles que lo componían. Su mirada era un enfrentamiento consigo mismo cuando se alertaba de que no veía las cosas desde los ojos del corazón. El pesimismo que lo asaltaba y le presionaba cuando se enfrentaba a situaciones poco gratificantes, le hacia hurgar en sí mismo tratando de encontrar una justificación o un consuelo. Era entonces, cuando en sus debates internos, de manera sutil, intuía que su camino era darse una oportunidad, no juzgarse con demasiada dureza, porque cada escalón, grande o pequeño, era un reto y ahí radicaba su grandeza, en la posibilidad de comprender.
      Aún perseguía el reconocimiento externo, pero había visto en múltiples ocasiones que era su Yo Superior el que lo guiaba y así su desaliento lo aceptaba como una evaluación de poca perspectiva, como un reconocimiento de valoraciones poco oportuno.
      Su consciencia le abría el camino y observaba con agrado que, mirando hacia atrás, la conveniencia personal, el prestigio, el dinero, la comodidad... estaban dejando de ser el centro de su existencia. Y aunque hubiera situaciones que le punzaban con pesimismo, sabía que podía vivirlas sin ataduras de los resultados. No dejaba de reconocer que era esa vida diaria, cada situación, cada decisión, su campo de entrenamiento; una vibración que estaba marcando la diferencia.


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“¿Imagináis que voláis
cuando os mantenéis cómodamente instalados
en el nido de vuestras creencias?
Eso no es volar. ¡Eso es batir las alas!”
Anthony de Mello

      Un maestro de nuestro tiempo decía:

“Nunca os mostréis superiores a nada que queráis evitar.”
“El trabajo sólo se hace espiritual cuando se transforma en juego.”
“Cuidado con las palabras. En cuanto os descuidáis, adquieren vida propia; te deslumbran, te hipnotizan, te aterrorizan...te hacen perder de vista la realidad que representan y te hacen creer que son reales.”
“El lenguaje más sutil no es el lenguaje hablado,  la acción más sutil es la que no se realiza y el cambio más sutil es el que no se busca.”
“La belleza no es una cosa, sino una forma especial de mirar.”
“Recibir un agravio no significa nada, a menos que uno insista en recordarlo.”
“Siempre que os sintáis ofendidos mirad si no habéis ayudado al ofensor.”
“Lo que para unos no es más que una piedra que brilla, para el joyero es un diamante.”
“¿Qué es lo que hace un Maestro? preguntó un visitante de solemne aspecto. —Enseñar a la gente a reír —le respondió el Maestro con toda seriedad.”
“Los visitantes quedaban siempre impresionados por la calma con que el Maestro se comportaba. —Sencillamente —decía él —no tengo tiempo para tener prisa.” (1)

(1)    “Un minuto para el absurdo”  A. de Mello  Ed. Sal Terrae 1996

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“Luchemos por cosas lo bastante grandes
 para que nos importen,
 y lo suficientemente pequeñas
 para que podamos ganarlas.”
J. Kozo

      A los doce años se cuestionaba, si la escuela a la que asistía, cubría las expectativas que sus padres y ella misma habían depositado en ella. Le fastidiaba tener que estudiar contenidos que poco se vinculaban con sus intereses, máxime cuando observaba las contradicciones entre lo que ella valoraba y lo que le aseguraban sus profesores. Sus dudas eran tan palpables que pensó seriamente en abandonar la escuela, así se lo hizo saber a sus padres, sin estimar ninguna alternativa.
      Cuando esa misma noche dormitaba, bajo los efectos de un tenue remordimiento, tuvo un sueño que pudo recordar: Un ser especial, quizá un hada como las que recordaba de los cuentos, se le apareció y con una sonrisa en los ojos le dijo sin palabras: “Quiero hacerte un regalo. Para saber que lo deseas, mañana al irte a dormir, deja una flor en tu mesilla.”
Cuando despertó, las breves palabras le vinieron a la mente y cuestionó la validez de lo soñado, pero como creía en la magia de la ilusión, no dudó en dejar una florecilla silvestre en su mesilla y se acostó con la seguridad de aceptar una promesa. Su corta edad todavía le hacía estar abierta a la ilusión.
      A la mañana siguiente su despertar fue lo bastante lúcido como para querer verificar su sueño y sus ojos buscaron el regalo en el lugar donde entregara la flor. Pudo constatar que un sueño había tomado forma y la duda tornado confianza en su soñar.
      Era el día de su cumpleaños, el librito en la mesilla tenía bellos adornos dorados, un lustre satinado en la piel clara y una gracia de conjunto que atrapó su atención de inmediato.
      Alargó lentamente sus manos, para asegurarse que era real y cerró los ojos para saborearlo con el tacto. No llevaba ningún título, libre a su imaginación, y al abrirlo, presa del gusanillo de la curiosidad, observó que estaba en blanco... Menos la primera página en la que aparecía una dedicatoria:
      “A una rosa traída del cielo:
“Nuestras horas son minutos
cuando esperamos saber,
y siglos cuando sabemos
lo que se puede aprender.”
A. Machado

      Un destello de luz recorrió su mente. Al cerrar nuevamente los ojos contempló en un segundo eterno una delicada semilla... ¡podría escribir su propio libro! Otro centelleo de entereza disipó unos fantasmas ante la mirada de un hada... Dudó en un presente de consciencia si la escuela era una flor o un libro en blanco... aquella duda diluyó un propósito sopesado como lejano...
      Por la noche sus padres reflexionaban: “Anteayer, estando dormida —decía su madre— viéndola tan decidida y tan frágil le dije que era una flor. ¿Le habrá gustado su regalo de cumpleaños? El padre asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa de complicidad...
      Encontraron la respuesta al día siguiente, cuando observaron un brillo especial en la mirada de su hija al dirigirse a la escuela.

.”.. los sabios han meditado en sus corazones
y han descubierto por su sabiduría
la conexión de lo existente
con lo no existente.”
Himno de la Creación (Rig Veda)


(Extraidos del Libro: “Volar sin batir las alas” de Miguel Oller Gregori)

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