O-R-O

O-R-O

(Imagen creada por los autores de la web)

      Caminando, adentrándose en un lugar ignoto, fruto del sueño o de la vigilia, inexplorado, absorto en lo indecible, mira a su alrededor y una inquietud indefinida le ronda. No es selva, ni desierto. Advierte el reclamo, el espíritu de la aventura, el descubrimiento, la invitación a explorar lo desconocido, un reto. Duda, escucha el silencio, desconfía, sondea su prudencia, pero le arrastra la miga del misterio, no sabe por qué. Una voz interior le recuerda que la fuerza, el valor, es flexibilidad. No se amedrenta, ni se acobarda. Decide, no sin recelo, adentrarse, porque le subyuga el halo de lo desconocido. Se desliza al principio con paso titubeante por lo subyugante del paisaje, tal vez dejando aflorar la desconfianza. Se adentra sin consciencia de peligro. La Luz se le confía, el silencio le arropa y su disposición le empuja. Duda del motivo de su presencia y de su llegada, por eso invoca a los devas del lugar, da las gracias, esboza una concisa oración y sigue.

      Camina sin rumbo. A lo lejos observa un claro, unas ruinas. Llega, explora, el tiempo se detiene. El sol le acaricia, la brisa le arrulla. No siente cansancio, ni frío, ni hambre. De vez en cuando gira sobre sí; el paisaje que le circunda parece cambiante. No le inquieta, ni le retrae la incertidumbre, aunque sienta los pellizcos del desconcierto. La vida es sueño, se dice.

      Recorre el lugar con asombro, con cautela. Un pequeño montículo le llama la atención. Explora. La irregularidad le atrae. La fina arena que lo rodea es una invitación a escarbar. Le recuerda cuando de pequeño hacía hoyos en la playa. Sin tensión, sin expectativa, con sus manos desnudas va retirando la superficie poco a poco. Sus manos tropiezan con algo sólido, el corazón le salta. Preguntas sin respuesta. Una descarga de adrenalina le aviva el deseo. El objeto se muestra tímidamente. Continúa agrandando el perímetro. Brilla, redondo, liso… Le intriga su fortuna, la causalidad del tropiezo con una pieza interesante y considerable de quizá unos treinta kilos. Desenterrado parece más grande. Perplejidad. Siente el desconcierto. ¿Un tesoro? Nuevas preguntas le zarandean. La solidez de la pieza, la suave textura le subyuga. Bendice su suerte. Duda qué hacer, cómo proceder. Algunas alternativas se le abren camino. Mira al cielo. Apenas da crédito. Cierra los ojos, intentando salir del hechizo. Está confundido. ¿Qué o quién le señaló el camino? Observa, respira hondo. ¿Destino? ¿Fantasía? ¿Ensueño? Baja la cabeza con perplejidad y confusión. Indecisión, incertidumbre, duda. ¿Fortuna? Desconfía. Sin propósito determinado toma una decisión con desgana. Sus manos, pausadamente, vuelven a cubrir su hallazgo. Se levanta y vuelve a mirar alrededor. Arriba pequeñas nubes le contemplan. La reticencia le acosa. Deambula sin tiempo alejándose del lugar. El cielo oscurece. La frágil memoria le vence. Se sienta a descansar y el sueño le cubre. En su mente la imagen del oro, sinónimo de suerte, riqueza, bendición. En su corazón una alegría pasajera, envuelta en el humo de sus quimeras.

      ¿Cuánto deseo se manifiesta en los sueños?




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