Refl.-76-/-80-

Refl.-76-/-80-

-76-

“Abrir el camino a la incertidumbre

es algo que al ego le cuesta aceptar,

pero es la única vía para entrar

en el mundo del mago”.

Deepak Chopra

 

      A Amuyuni le viene a la mente la imagen de los caballos acorazados con sus ojos vendados, en la suerte de varas de una corrida de toros; el picador fía en lo ajeno que es el equino a las acometidas del toro. ¿Cuál sería la actitud del animal si fuera consciente de lo que lo acomete? También recuerda haber visto alguna ilustración con orejeras puestas en las caballerías que tiraban de las norias… para que no se mareasen, decían.

      ─¿Te cuento un chiste? ─le requiere una vez más Esfinge.

      Amuyuni consiente. ‘No se consigue luz hurgando en la penumbra’, se dice.

      ─Platicando dos amigos uno de ellos, mirando un calendario, le dice: “Hace quince días que mi tío descansa en paz”. Al oír esto el otro señala: “No sabía nada; lo siento”. Quitándole importancia, el primero especifica: “En realidad la que murió fue mi tía”.

      Amuyuni dibuja una sonrisa. Ante el silencio de Esfinge, sin más aclaración, no acaba de relacionar. Lo entiende como sutiles pinceladas que siguen un propósito que no alcanza a descifrar. Una mente abierta requiere la transparencia del vidrio. De todas formas confía y decide que el desapego a la solución ofrezca la suficiente perspectiva.

      ─Tu chiste me ha acercado a una anécdota que me ha venido ahora a la cabeza y no sé por qué ─dice Amuyuni.

      ─Cuenta ─le apremia Esfinge.

      ─Entre las muchas anécdotas que se refieren sobre él, se dice que el filósofo griego Diógenes fue llevado a un mercado de esclavos para ser vendido. En el estrado del subastador gritó: “Un señor ha venido a ser vendido. ¿Hay algún esclavo entre vosotros que quiera comprarlo?”.

      ─No sabemos cómo acabó la historia…

      ─Una manera diferente de pensar. Intentos para acercarme a la esencia... lo demás es envoltorio.

      Amuyuni se queda pensativo, la palabra “envoltorio” se le queda flotando.

      ─“En torno de la esencia está la morada de la ciencia”, decía Platón ─le sale al encuentro Esfinge, tras unos instantes de mutuas reflexiones.

      Amuyuni entorna momentáneamente los ojos, para degustar la cita, momentos después, bajo el arrullo del silencio escucha dentro de sí otras palabras, de Richard Bach en “Juan Salvador Gaviota”: “El vuelo de las ideas o del pensamiento puede ser tan real como el vuelo del viento y las plumas”.

 

-77-

“Es la fe en el camino,

la que hace que el camino se manifieste”.

P. Coelho

 

      Un paréntesis se interpone. Todavía con los ojos cerrados inspira profundamente mientras su mente vuelve al acertijo, sin intención, ni tensión: “todos lo necesitan…”. Las cavilaciones le llaman, intentando llevarlo a su senda. Si les hace caso le zarandearán; aún así busca la frontera entre la duda y el entendimiento.

      Esfinge observa, escucha la sintonía de sus almas. Respeta la tregua. En sus presentes caben infinitas opciones. Integran el Todo. En esos momentos tratan de escuchar los sonidos del silencio. Querer conseguir metas que no impliquen ser conscientes del sendero, es como querer llegar antes de partir. El Principio del Ritmo marcaba tiempos, para escuchar la sinfonía de la Providencia.

      Al cabo de unos instantes Amuyuni toma de nuevo la palabra.

      ─La causalidad que nos une, empiezo a entrever, es una demanda del fluir. Cumplo cincuenta años, empiezo a notar en los huesos la estaca a la que estamos atados… sin cuerda, ni cadena. Al volver la vista hacia el pasado, casi siempre la pre-ocupación ha sido protagonista. El velo a través del cual intentamos ver realidades se opaca sin argumentos. La neblina que me envuelve me dificulta el discernimiento, aunque me esfuerce en mirar. Esta ensoñación es una invitación al despertar. El poso de un anhelo insatisfecho. Los deseos nos preceden, sin pasar el tamiz de lo conveniente; la pre-ocupación nos impulsa y nos adormece a la vez en un constante autoengaño…

      ─Puedes andar entre el barro ─le dice Esfinge instantes después que Amuyuni haya guardado silencio ─pero si es muy denso… perderás los zapatos.

      Amuyuni visualiza la escena empezando a encontrar sutiles conexiones.

      ─Permíteme una anécdota ─continúa Esfinge ─. Cuentan del sabio matemático y geómetra griego Euclides, mientras impartía sus clases en Alejandría, un alumno le interrumpió con una pregunta acerca de la utilidad de tan complejas explicaciones y demostraciones. Euclides no se inmutó. Dirigiéndose a uno de sus discípulos le dijo que le diera una moneda, y le invitara a marcharse, argumentando que lo que él buscaba no era el saber, sino otras cosas. Como en el cuento de Pulgarcito, la estrategia de echar migajas de pan para poder encontrar el camino de vuelta a casa, no resultaba una coherente alternativa.

      Aceptar la individualidad en el Todo era una forma de mirar, con encrucijadas, hacia el encuentro con la Esencia. En el Universo Mental al que pertenecían cuerpo y mente eran un todo.

 

-78-

“Ayudadme a comprender lo que os digo

y os lo explicaré mejor”.

A.   Machado

 

      Amuyuni se le queda mirando. Acepta lo que decía Albert Einstein: “Cada día sabemos más y entendemos menos”.

      ─Permite ─apostilla Esfinge ─ que los árboles te dejen ver el bosque, como suele decirse.

      Una vez más se miran a los ojos. A Amuyuni le resulta un tanto extraña la imagen de Esfinge. Su aire enigmático cobra sentido cuando la aceptó como interlocutora del equilibrio entre el cielo y la tierra. Su ensueño fue una sutil invitación. Ahora comienza a darse cuenta de que eran intentos de caminar sobre las aguas.

      ─”Cuando dentro de ti empieza a brillar la luz poco importa la oscuridad afuera” ─apunta Esfinge.

      Amuyuni siente que ya camina sobre el agua… congelada.

      Comparten una sonrisa. Eso anima a Amuyuni y un chiste cobra forma.

      ─Un amigo le dice a otro: “Ayer un vecino, por una apuesta, se comió veinte hamburguesas y diez refrescos”. “¡Guau! Me gustaría conocer a tu vecino”, incide el compañero. “Pues tendrás que darte prisa. Lo entierran hoy mismo”.

      Esfinge sabe que el subconsciente de Amuyuni gira en una espiral cada vez más estrecha hacia el centro, buscando la conexión con la Energía.

      ─La verdad es que no acabo de entrever el por qué se me ha ocurrido. ¿Intentos de entendimiento?

      ─”Lo que los hombres realmente quieren no es el conocimiento, sino la certidumbre”, decía Bertrand Russell ─incide Esfinge.

      Amuyuni lo mastica lentamente. Como en muchas otras veces el deseo marca un camino, indica un sendero, pero el contemplarlo con desapego permite verlo con perspectiva.

      Esfinge se siente satisfecha. Asiente con la cabeza. Consciente e inconsciente se sientan juntos a la hoguera para compartir historias, sueños… a sabiendas que el entendimiento sale al encuentro cuando ambos consienten en ser manifestaciones del espíritu.

      Amuyuni levanta los hombros e instantes después arquea las cejas. No sabe cómo interpretar la cita de Russell. El conocimiento requiere consciencia del deseo que impulsará las decisiones.

 

-79-

“El Espíritu es capaz de ver

las semillas del renacimiento

en cualquier muestra de decadencia.”

Marianne Williamson

 

      ─Cuando Alejandro Magno decidió conquistar la ciudad de Tiro en el 332 a. de C. ─le relata Esfinge pausadamente─ ésta se dividía en dos partes fundamentales: la isla y la continental. Ante la inminente llegada de los ejércitos de Alejandro los ciudadanos de Tiro se refugiaron en la ciudad amurallada de la isla. Ante la dificultad que presentaba su asedio por mar Alejandro decidió acercar la isla a la costa disponiendo construir un gran brazo que las uniera, consiguiendo acercar sus tropas y maquinaria de asedio ante las murallas, facilitando su conquista. Algo similar a lo que hicieron los romanos en la fortaleza de Massada para someter el último reducto judío.

      ─Un brazo sólido… conectando costa e isla...

      El susurro de esos ejemplos parece recomponer a Amuyuni. Entiende los pequeños empujones de Esfinge y los acepta. Por unos momentos ha olvidado el acertijo. El subconsciente ya sabe la respuesta. Esfinge le da tregua acompañándolo en un vals al compás del imaginar, lanzándole un guiño de complicidad.

      Amuyuni le agradece los envites hacia la comprensión. Respira hondo y eleva la vista, el techo de la habitación se interpone. Ese pequeño roce con la materialidad lo estabiliza.

      ─Estoy contigo ─le sigue Amuyuni─. Creo que Sócrates pasó a la historia por el arte de indagar en el desaprender. Recuerdo una frase suya en la que resume su búsqueda: “El grado sumo del saber es contemplar el por qué”. En lo que somos capaces de percibir, no es tanto lo que hay afuera… como lo que hacemos con ello, cuando lo llevamos adentro. Darse cuenta… La mayor parte de lo que creemos percibir es “made in yo”. Al fin y al cabo como dice el refrán: “nada es verdad, nada mentira…” todo es según el color del cristal de las gafas con las que determines mirar…

      Esfinge sigue sus razonamientos, aunque no comulgue con su pesimismo. Conviene en que los cincuenta es la edad en que empieza a perderse el concepto de felicidad como algo que dependa del exterior, pero también que resulta fácil aferrarse a la ceguera del “tanto tienes, tanto vales”, aún cuando la esencia insinúa que poner la mirada en los triunfadores, estrellas, vividores… es opacar el alma. Los cincuenta permiten la consciencia de saber que es el peso de las decisiones y cómo se cargan lo que los ha traído hasta ahí. Son… la edad en que se hace balance, quizás para satisfacer el ego y acallar la conciencia, pero no juzga a Amuyuni por aceptar que pesa más lo poco que le exige la Parca, que lo mucho vivido.

 

-80-

“No se puede desatar un nudo

sin saber cómo está hecho”.

Aristóteles

 

      Después de unos instantes necesarios para la reflexión, el debate interno continúa.

      ─Apuntando hacia donde incides ─sigue Esfinge ─, el famoso griego Diógenes, con su forma particular de vivir, era, por lo que cuentan, un referente en enfrentarse a los cánones sociales de su época. Un cuerdo entre neuróticos pasa por loco. Le llamaban el cínico, el perro, un mote por su forma de vivir… nada convencional. Muchas anécdotas se cuentan sobre él. En una ocasión fue apresado y con la poca consideración hacia los esclavos, se le requirió: “¿Qué sabes hacer, esclavo? Respondiendo, sin reparos: “Sé mandar”… En su forma de vivir decía: “Halago a los que dan, ladro a los que no lo hacen y muerdo a los malos”… Quizás desaprendió demasiado pronto.

      Amuyuni escucha con atención, vagos recuerdos afloran. Una cosa es comer y otra nutrirse. Los aprendizajes llegan a gotas y migajas; se agazapan, se disfrazan de ideales… duermen durante años y se revelan cuando casi se dan por perdidos. Mucho tiempo ha seguido la pista de las migas de pan, pensando que en algún momento encontraría la hogaza. Numerosos consejos se han desvanecido en el tiempo y cuando vuelve la vista atrás apenas se reconoce. Por ello piensa que han cobrado vida los acertijos de Esfinge. Le parece ver la imagen de la mula tirando del carro y alguien enseñándole fuera de su alcance una zanahoria atada al palo a la que aspira alcanzar.

      ─¿Crees que realmente necesitamos un ataúd que recoja nuestros restos al morir? ─le lanza Esfinge, intentando sacarle de sus necesarios devaneos.

      Amuyuni no contesta. Intenta entrever el motivo de la pregunta. Puede que, como el prestidigitador, sólo intente distraer. Intentos de comprensión a la espera de integrar el Principio de Polaridad: los opuestos son reconciliables: comprensión-incomprensión…

      Muy suave, como a lo lejos, se deja escuchar el vals de “El lago de los cisnes” de Tchaikovsky. Un paréntesis necesario, dejándose mecer por la música, cobra protagonismo.

      Amuyuni se imagina intentando bailarlo con Esfinge. Aunque su fértil imaginación pone empeño en seguir los compases del vals, se le escapa el ritmo. Observa cómo le mira a los ojos y ambos no pueden menos que aunar una carcajada.

      Una vez más el lenguaje liviano de la intuición se ha abierto paso al entendimiento. Perdido el protagonismo de las palabras, el sutil planeo de la comprensión invita a degustar sus fundamentos.



(Extraidos del Libro: “Hacia la sintonia con la esencia” de Miguel Oller Gregori)

Share by: