Extractos.-01-
"Volar sin batir las alas"
Tomando como punto de referencia los “Principios Universales” y subdividido en siete bloques, bajo la perspectiva de que todos somos maestros y alumnos a través de ejemplos, con una base pedagógica y didáctica lleva de la mano a entrever el propósito del despertar. Las citas, píldoras de saber extraídas de todos los tiempos, son un recordatorio a un saber ancestral que dirige nuestra senda. Cada ejemplo, a manera de parábola o metáfora, invita a reconsiderar y reflexionar sobre el cometido de la enseñanza, porque también somos pupilos de nosotros mismos, sin perder de vista el marco de referencia al respecto del fluir de la Existencia a la luz de los Principios o Leyes Universales, tratando de conscienciar de una senda en el devenir del camino del Espíritu.
El Principio del Mentalismo
“Es la mente lo que hace el bien o el mal,
la que hace mísero o feliz, rico o pobre.”
Edmund Spencer
Una noche, mientras hacía balance de una etapa poco afortunada, al buscar razones que justificaran esos derroteros, salió al balcón, inspiró una larga bocanada del aire fresco de marzo y al levantar la vista, una estrella fugaz se cruzó en sus pensamientos. Instintivamente cerró los ojos y pidió un deseo, con toda la intensidad y reconocimiento que le brindaba la aceptación de la urgencia de una respuesta.
Una larga espiración le devolvió a la consciencia de querer buscar motivos, argumentos... de pelearse con su cuerpo mental indagando un sentido. Otra larga inspiración y en medio del silencio comenzó a escucharse. Por primera vez en mucho tiempo, comenzó a percibir su silencio en un lenguaje de armonía que le invitaba a la paz interior.
Aquellos breves instantes le devolvieron un hálito de confianza, cuando la voz interior le indicó un camino: “Has venido a aprender fe.”
Dejando a un lado la autocompasión se percató que su deseo empezaba a cumplirse cuando la consciencia le devolvió a su visión del magisterio, que había pasado por marcarse metas con poca perspectiva de la esencia. Había tratado de desempeñar su labor ajustando a moldes. El sometimiento a la constricción consiguiente hizo mella en su ánimo.
Escuchando su silencio se percató de otra “realidad” y comenzó a regalarle su atención. Se inició a pensar con consciencia.
“El verdadero viaje de descubrimiento
no consiste en buscar nuevos paisajes,
sino en tener unos nuevos ojos.”
Marcel Proust
El Principio de Correspondencia
“Vemos las cosas no como ellas son,
sino como somos nosotros.”
Tomlimson
Cuando era joven quería cambiar el mundo. En la segunda juventud estaba más interesado en cambiar su círculo próximo. Llegando al cénit de su vida se conformaba sólo con cambiar a su familia. En el atardecer, cuando empezaba a ver con el corazón, sólo se quería cambiar a sí... y cuando eso sucedió, el mundo empezó a cambiar.
Cuando empezó a ejercer como maestro, sentía que podía cambiar el mundo de la enseñanza... Había demasiadas variables y a los pocos años desistió. Avanzando, en edad y en conocimiento, pretendió cambiar el centro donde... enseñaba, instruía, educaba... ¡Había tanto que hacer! Años más tarde “sólo” pretendía cambiar la clase... pero había todavía tantas cosas que no comprendía...
La consciencia de su despertar le invitó a comunicarse con el pesimismo que empezaba a embargarle, llegando a los cuarenta. Los ramalazos de su balance le llevaron de la mano a la desilusión. Fue entonces cuando los guías asumieron su papel, sin inmiscuirse en las decisiones, para estimular dormidas vivencias y hacerle recordar que sus deseos eran la llave de su voluntad... percatándose que había equivocado el proceso: era reconocimiento interior para entender el exterior; de dentro hacia fuera, aunque se abriera al exterior para recorrer el camino.
La providencia velaba del sendero. Empezó a cambiarse a sí mismo... El mundo, su mundo, empezó a cambiar. Una nueva primavera de esperanza le señalaba su proceso, su aprendizaje, su servicio... su camino.
El Principio de Vibración
“¿Qué importa saber
lo que es una línea recta
si no se sabe qué es la rectitud?.”
Séneca
“Habla solamente cuando estés seguro
de que aquello que vas a decir
es más hermoso que el silencio.”
Prov. árabe
El don de la palabra, decía el profesor a sus alumnos, era arte en la comunicación. Lo que la complicaba, limitaba y corrompía era la forma de pensar.
—Si hablamos con sencillez —les decía — la sencillez nos precederá y guiará en lo que emprendamos.
Al explicar el valor de la palabra tenía presentes las de un notable maestro del siglo anterior, Krishnamurti, “Que lo que digas sea verdadero, bueno y útil.” Respecto a la intención tenía también presentes las de Jesús, otro gran maestro: “De la abundancia del corazón habla la lengua.”
Cuentan, les decía, que los elohim estudiaron detenidamente un modelo para crear a los seres humanos. Intuyeron las cualidades físicas que les otorgarían en función de lo que se esperaba de ellos. Conocedores del don de la comunicación, sabían que la paciencia y el saber escuchar eran requisitos indispensables, bases para entender y vivir la Vida. Maestros de la ecuanimidad, dispusieron dotarlos de dos oídos y dos ojos... y una lengua, para que escucharan el doble de lo que hablasen. No obstante cada mortal podría además poseer la libertad de “extender” su lengua, de acuerdo a una sencilla ecuación: su dimensión estaría en proporción inversa a la racionalidad de lo que expresara.
Cuentan que pronto empezaron a distinguirse dos grupos: los que gustaban de escuchar y los que se apasionaban con ser escuchados; la sabiduría fue el patrimonio de los primeros.
El Principio de Polaridad
“Luchemos por cosas lo bastante grandes para que nos importen,
y lo suficientemente pequeñas para que podamos ganarlas.”
J. Kozo
A los doce años se cuestionaba, si la escuela a la que asistía, cubría las expectativas que sus padres y ella misma habían depositado en ella. Le fastidiaba tener que estudiar contenidos que poco se vinculaban con sus intereses, máxime cuando observaba las contradicciones entre lo que ella valoraba y lo que le aseguraban sus profesores. Sus dudas eran tan palpables que pensó seriamente en abandonar la escuela, así se lo hizo saber a sus padres, sin estimar ninguna alternativa.
Cuando esa misma noche dormitaba, bajo los efectos de un tenue remordimiento, tuvo un sueño que pudo recordar: Un ser especial, quizá un hada como las que recordaba de los cuentos, se le apareció y con una sonrisa en los ojos le dijo sin palabras: “Quiero hacerte un regalo. Para saber que lo deseas, mañana al irte a dormir, deja una flor en tu mesilla.”
Cuando despertó, las breves palabras le vinieron a la mente y cuestionó la validez de lo soñado, pero como creía en la magia de la ilusión, no dudó en dejar una florecilla silvestre en su mesilla y se acostó con la seguridad de aceptar una promesa. Su corta edad todavía le hacía estar abierta a la ilusión.
A la mañana siguiente su despertar fue lo bastante lúcido como para querer verificar su sueño y sus ojos buscaron el regalo en el lugar donde entregara la flor. Pudo constatar que un sueño había tomado forma y la duda tornado confianza en su soñar.
Era el día de su cumpleaños, el librito en la mesilla tenía bellos adornos dorados, un lustre satinado en la piel clara y una gracia de conjunto que atrapó su atención de inmediato.
El Principio del Ritmo
“La tolerancia es la hija de la duda,
hermana de la paciencia y madre de la sabiduría.
La tolerancia seca el miedo.
La tolerancia se sienta,
incluso, entre la necedad y la soberbia.
Ser tolerante, es manejar el infinito sin perder la sonrisa.”
J. J. Benítez
La enseñanza pasaba por momentos de reajustes, que desarticulaban el lugar reservado a valores elementales. Su primer impulso era el querer imponerse, doblegar esos reveses. No obstante se dejaba llevar por su intuición para que el desánimo fuera una oportunidad de reencontrar el aliento.
Había aprendido a aplacar su sed de justicia bebiendo de otros maestros, que enseñaban que el desánimo y la incertidumbre formaban el lecho del río que daban sentido a su vida. La ecuanimidad seguía el curso.
Podía elegir. En la fuerza de sus motivaciones podía escoger, sin identificar culpabilidades, su camino. La fuerza que le guiaba no aprobaba que se detuviera a juzgar dualidades, como algo terminado, como tener o no tener, como bueno o malo... El agua podía ser suave o recia, pero seguía siendo un fluido. ¿La arena también era un fluido?
Dejándose mecer por la duda, aceptaba que la flexibilidad, madre de la tolerancia, era la fuerza para aceptar el cambio.
Así enseñaba a sus alumnos, que el poder, como el del viento y el agua, radicaba en el fluir, sin retener, sin resistencia, sin tensión... Cada situación formaba parte de un ritmo.
“Si quieres retener el agua en tus manos
debes saber que cuanto más aprietes antes escapará.”
“Lo que el corazón sabe hoy
el cerebro lo entenderá mañana.”
James Stephens
El Principio de Causa y Efecto
“Al alabar a un niño,
estamos elogiando y amando no lo que es,
sino lo que esperamos que sea .”
J.W. Goethe
Había observado, que cuando explicaba, casi siempre había alguien que atendía poco o enredaba. Solía, con toda su buena intención, llamarles la atención de una docena de formas diferentes, que surtían, por lo general, un efecto poco acorde con sus pretensiones.
Comenzó a cambiar el enfoque y determinó ver especial-mente a los que sí atendían. Se nutría del efecto positivo al encaminar su atención hacia lo que quería, frente a lo que no deseaba, reforzando a quien estaba en sintonía, restando importancia a las conductas que distorsionaban. Era importante verlo así para delimitar adecuadamente enseñanza y disciplina, sin contaminación de la segunda sobre la primera. Bien era verdad que al principio le costó, porque su tendencia la inducía hacia lo que le molestaba.
Desde ese umbral se propuso que por alguien que viera con una conducta en la línea no deseada, practicaría el elogiar por sí estar en la ruta, a dos, utilizando el recurso de la palabra con sencillez y precisión:
— (Felicito, alabo, elogio, manifiesto mi agrado, saludo, expreso mi satisfacción) a... porque... (lo más preciso que podía). (Pudo observar que a menor edad más sensibles eran al tratamiento).
Como base de su actuación, en un equilibrado juicio, trataba muy ponderadamente de “hacer uso y no abuso.”
“Es mejor encender una pequeña vela
que maldecir la oscuridad.”
Prov. cuáquero.
El Principio de Generación
“Los vigentes regímenes de educación lo enseñan casi todo,
menos los que debiéramos conocer mejor: el arte de bien vivir.”
Orison Swett Marden
Habitantes de otro planeta visitaron de incógnito diversas escuelas en un país. Querían saber qué se valoraba comprender.
De vuelta al remoto planeta informaron:
—Aunque portadores de nobles ideales y valores, básicamente enseñan supuestos y conocimientos de dudosa utilidad. Ello les ha llevado a contagiarse de la enfermedad del 99 (necesitan y quieren 1 más), dudan de haber llegado a sus metas y eso les genera insatisfacción. Sus escuelas parecen carreras de obstáculos, son competitivas y fuerzan ritmos Apenas se trabaja la inteligencia interpersonal y los profesores, aunque preparados en conocimientos básicos de materias comunes, atienden poco las diferencias individuales, valorando minúsculamente la educación emocional y espiritual, comparando y juzgando con demasiada facilidad. Se atropellan con espejismos y apremian por llegar sin saber adónde. Las relaciones funcionan con esfuerzo y se inculca a los alumnos que todo se consigue con sudor y lágrimas. Se prefiere cambiar a los demás antes que a sí mismos...
—¿Lo positivo...? —quiso saber alguien de la comisión.
Tras un prudente y prolongado silencio, no hubo respuesta favorable. La comisión reconsideró que no se veían las cosas como eran ellas en sí mismas, sino como eran ellos.
—Propongo hacer otra lectura de lo expuesto... —sonó una plácida voz.
La Ley de Generación velaría del amor que armoniza el camino.
“Me dijo una tarde
de la primavera:
Si buscas caminos
en flor en la tierra,
mata tus palabras
y oye tu alma vieja.”
A. Machado
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