Refl.-31-/-35-

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“En toda clase de proyecto
 hay que considerar dos cosas:
 primeramente la bondad absoluta del proyecto;
 en segundo lugar,
 la facilidad de la ejecución.”
J. J. Rousseau


      Al pensar que más de la mitad del tiempo actuaba de manera inconsciente, sin objetivos claros y sin prospectiva determinada,  llegaba a la conclusión de que la ley de la economía se hacía en sí misma una contradicción.
      Saber uno mismo lo que quería, saber lo que querían los demás y encontrar la manera de conseguirlo, eran tres pasos de coherencia a seguir ante cualquier proyecto común, reunión o trabajo. Creer en la bondad absoluta del proyecto era reconocer la posibilidad de entendimiento.
Aprendizajes sobre transferencia de energías.
      Muchas reuniones o conversaciones no prosperaban porque, aunque aparentemente sabía lo que pretendía, pocas veces acertaba a conocer los intereses ajenos y casi nunca establecía las estrategias necesarias para llevar a cabo el objetivo inicial. Más de una vez se había parado a pensar por qué actuaba así.
Cuenta la fábula que... una vez una tortuga retó a correr a una liebre ¿o fue al revés?, ¿por qué lo harían? La liebre sabía de su intención, no obstante demostró ser poco congruente. La tortuga fue consciente, y consecuente... ¿qué engendró su actitud? La liebre corrió su carrera ¿qué la impulsó a dejarse ganar? La tortuga sabía lo que quería, sabía lo que la liebre quería y optó por hacer... lo más fácil.
      Polaridad. Sucede todos los días.
      Educarse era aceptar la coherencia.



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“Justifica tus limitaciones
 y ciertamente las tendrás.”
Richard Bach


      Cuando a él mismo le costaba aceptar el principio de Polaridad recordaba que... Compadecido cierto mago de un ratón, que vivía en constante temor del gato, lo transformó en gato... Al observar que le tenía miedo al perro, lo convirtió en perro... Al ver que también en esta condición tenía terror al hombre, le cambió en hombre... No obstante lejos de mejorar la disposición observó que ahora tenía temor al dolor, a la muerte, a la pobreza, a la pérdida de seres queridos, al infortunio, a otros hombres... El mago vislumbró que la falta de perspectiva podía nublar la esperanza, de manera que, según contaban, devolvió al “ratón-hombre” a su estado original.

      Su constante de pensamiento era, desde hacía mucho tiempo, que cuando decidía hacer lo que quería, (la casualidad era causalidad), sin saber por qué, entraba en el derrotero de justificar lo que concebía, generando nuevas restricciones, oprimiendo la posibilidad de un aprendizaje limpio hacia la expectativa de no aceptar limitaciones... El tiempo, ése compañero de viaje, le regaló un filtro mental que le llevó a interiorizar que las verdades... eran semiverdades y que todas eran reconciliables.
      Decía a sus alumnos: Cuentan de un individuo, que sentía miedo a la pobreza...  el Universo le dio riqueza. Temor a la enfermedad... y el destino le otorgó salud. Desasosiego ante los demás... la Providencia le concedió comprensión. Miedo de sí mismo... la Vida le ofreció fe... Cuentan que llegó a comprender y... comenzó a caminar con consciencia. La convicción, la perseverancia y la tolerancia fueron sus báculos. El Universo, a través del Principio de Polaridad, proveería lo necesario.



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“No hay malas hierbas,
ni  hombres malos:
sólo hay malos cultivadores.”
Víctor Hugo


      En sus diálogos consigo misma se decía: A todos se nos debería instruir en agricultura, no tanto por recoger los frutos de la tierra, sino por conocer las leyes de la Naturaleza.
      Jenofonte decía: “Tenía razón el que dijo que la agricultura es la madre y la nodriza de las otras artes.”
      Aceptaba que su responsabilidad radicaba en educarse, dándose la oportunidad de ser flexible para desaprender lo que aprendió de forma errónea, dado que lo verdaderamente vital no se enseñaba, se vivía. Así, en cada acto de voluntad hacia la consciencia, se hacía responsable del conocimiento y de querer enseñar a vivir en armonía con las leyes naturales, porque eran aprendizajes de vida, porque era moverse entre lo exterior y lo interior buscando el equilibrio. Los valores no se enseñaban, se vivían.
      Reconocer su esencia, tratar de compartirla con los demás y hacerlo de la mejor forma posible, era cultivar creencias y valores de notables frutos. Después... intuía que nuevos aprendizajes le llevarían a hacerse partícipe de otra “naturaleza”, otras leyes, consciente de un potencial de “realidades” que cultivar, reflejos o destellos por los que dejarse alumbrar. Aceptar el principio de Polaridad le había enseñado que los semejantes y los antagónicos en esencia no eran contrarios, conjuntamente conformaban el Todo.
      No había malas hierbas, salvo que se permitiera establecer comparaciones, al llegar a comprender que los extremos eran complementarios, no excluyentes... Formaba parte de un equilibrio, al permitirse compartir que era Uno.


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“La vida está llena
 y rebosante de cosas nuevas,
 pero es preciso despojarla de las viejas
 para que quede espacio libre
 para las nuevas.”
 Eileen Caddy


      Sabía que tenía comportamientos que le disgustaban. Tenía reacciones que sabía debía cambiar. Ese conocimiento fue el primero para experimentar los cambios que deseaba.
      Su “guía”, a través de un destello de inspiración, mientras aceptaba su belleza interna, le indicó un pequeño ejercicio para ayudarle en su empresa: “Relájate... estás sentada cómodamente... cierra los ojos... respira hondo...
      Delante de ti visualizas un arroyo, que viene por tu derecha y se desliza suavemente hacia abajo por tu izquierda. El agua es cristalina y el paisaje que lo envuelve es puro verdor. Es tu lugar preferido para “limpiarte.” Respira hondo… Te envuelve la paz y la tranquilidad, todo está bien… A tu izquierda tienes unos barquitos de papel de colores, puedes elegir el que quieras. Escribe lo que desees apartar de tu carácter, tus lastres... y tranquilamente lo depositas en el batel, que a su vez dejas suavemente en el arroyo, observando cómo se va alejando, arrastrado por la corriente de la vida... Vuelves la cabeza hacia la derecha y ves cómo viene hacia ti otro limpio, blanco... Cuando está a tu altura alargas el brazo y lo recoges, porque sabes que tiene un mensaje para ti: aquello que desearías reemplazar por lo que acabas de dejar marchar; lo lees con total confianza y te lo guardas, porque es tu regalo, es tu cambio, es tu devenir.”
      Una comprensión profunda selló la aceptación. La perseverancia y convicción harían el resto. Vibración y Polaridad.



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“La tolerancia es la hija de la duda,
 hermana de la paciencia
 y madre de la sabiduría.
La tolerancia seca el miedo.
La tolerancia se sienta,
 incluso, entre la necedad y la soberbia.
Ser tolerante, es manejar el infinito
 sin perder la sonrisa.”
J. J. Benítez

      Su propio aprendizaje pasaba por momentos de reajustes, que desarticulaban el lugar reservado a valores elementales. Su primer impulso era el  querer imponerse, doblegar esos reveses. No obstante se dejaba llevar por su intuición para que el desánimo fuera una oportunidad de reencontrar el aliento.
      Había aprendido a aplacar su sed de justicia bebiendo de maestros, que enseñaban que el desánimo y la incertidumbre formaban el lecho del río que daban sentido a su vida. La ecuanimidad seguía el curso.
      Podía elegir. En la fuerza de sus motivaciones podía escoger, sin identificar culpabilidades, su camino. La fuerza que le guiaba no aprobaba que se detuviera a juzgar dualidades, como algo terminado, como tener o no tener, como bueno o malo... El agua podía ser suave o recia, pero seguía siendo un fluido. ¿La arena también era un fluido? Dejándose mecer por la duda, aceptaba que la flexibilidad, madre de la tolerancia, era la fuerza para aceptar el cambio.
      Así aceptaba, que el poder, como el del viento y el agua, radicaba en el fluir, sin retener, sin resistencia, sin tensión... Cada situación formaba parte de un ritmo.


“Si quieres retener el agua en tus manos
debes saber que cuanto más aprietes
antes escapará.”

(Extraidos del Libro: “Volar sin batir las alas” de Miguel Oller Gregori)

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