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“Al alabar a un niño,
estamos elogiando y amando no lo que es,
sino lo que esperamos que sea .”
J.W. Goethe
Había observado, que cuando explicaba, casi siempre había alguien que atendía poco o enredaba. Solía, con toda su buena intención, llamarles la atención de una docena de formas diferentes, que surtían, por lo general, un efecto poco acorde con sus pretensiones.
Comenzó a cambiar el enfoque y determinó ver especialmente a los que sí atendían. Se nutría del efecto positivo al encaminar su atención hacia lo que quería, frente a lo que no deseaba, reforzando a quien estaba en sintonía, restando importancia a las conductas que distorsionaban.
Era importante verlo así para delimitar adecuadamente enseñanza y disciplina, sin contaminación de la segunda sobre la primera. Bien era verdad que al principio le costó, porque su tendencia la inducía hacia lo que le molestaba.
Desde ese umbral se propuso que por alguien que viera con una conducta en la línea no deseada, practicaría el elogiar por sí estar en la ruta, a dos, utilizando el recurso de la palabra con sencillez y precisión:
— (Felicito, alabo, elogio, manifiesto mi agrado, saludo, expreso mi satisfacción) a... porque...
Pudo observar que a menor edad más sensibles eran al tratamiento. Como base de su actuación, en un equilibrado juicio, trataba muy ponderadamente de “hacer uso y no abuso.”
Argumentos de causa-efecto.
“Es mejor encender una pequeña vela
que maldecir la oscuridad.”
Prov. cuáquero.
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“No hay animal tan manso
que atado no se irrite.”
Concepción Arenal
Cuentan que una vez, hace muchos miles de años, cuando los dinosaurios desaparecieron y los mamíferos tuvieron que asumir el protagonismo del Planeta, ayudados por un rayo de conciencia, un grupo concretó que los aprendizajes compartidos podían impulsar a los mamíferos y posteriormente ayudar a las aves y los peces. Esto sucedió en un remoto continente, con la intención de ofertarlo a los demás.
Con esa determinación organizaron una escuela en la que se habrían de mejorar habilidades como el correr, trepar y nadar. Todos los mamíferos debían cursar esos aprendizajes básicos, así podrían hacerse cargo después de enseñar a otros, ocupar cargos “importantes” y velar por la salud. Se les otorgaría una distinción material que recompensaría y haría honor a los esfuerzos desplegados.
Los profesores iniciales fueron los mamíferos más grandes: el elefante, el rinoceronte, el hipopótamo, la jirafa, el gorila, el león y la ballena. La ballena y el hipopótamo se encargaron de enseñar a nadar, aunque el trepar y el correr no lo dominaban muy bien. El elefante, el rinoceronte y la jirafa tuvieron que ponerse de acuerdo sobre el enseñar a correr, pero resultó dificultoso enseñar la técnica. El gorila y el león eran los profesores de trepa; el gorila dominaba la técnica, pero el león era torpe. Los “especialistas” estaban listos. La escuela estaba abierta.
Los primeros alumnos empezaron a “matricularse”: cebras, gacelas, delfines, jirafas, chimpancés, búfalos y leopardos.
Los búfalos y las cebras corrían bien pero tenían problemas con la natación. Los maestros de trepa se solían enfadar e imponer duras sanciones. Las jirafas se frustraron cuando por mucho que lo intentaran no conseguían resultados satisfactorios.
Algunos resultaron alumnos problemáticos, como los delfines, porque rehuían algunas prácticas como el correr, aunque los elefantes y rinocerontes se esforzaban por enseñarles lo mejor que podían. Los calambres, las caídas… y los enfrentamientos entre maestros y alumnos eran demasiado frecuentes.
Al final del curso, estimado en tres años, reinaba un ambiente de descontento y frustración, tanto en los profesores, como en los alumnos. Algunos estudiantes como los chimpancés consiguieron “graduarse”, con resultados aceptables, a otros se les aconsejó repetir curso. Muchos días los alumnos no se presentaban alegando dolores o contrariedades; otros sencillamente no acudían a las clases y se reunían para jugar y contarse cómo se las ingeniaban para fastidiar a los profesores. La perspectiva de cambiar sus propias habilidades innatas les produjo inseguridad y constantemente se medían y comparaban.
Cuentan que la iniciativa sólo tuvo continuidad entre los primates, que hicieron escuelas solamente para ellos, aunque nadar no fuera su fuerte. Los demás animales continuaron aprendiendo con la escuela de la vida; a los delfines no les importó no aprender a correr con tanta gracia como las jirafas. Por lo demás, las recompensas de poder llegar a profesores o a importantes puestos como organizadores de destinos, no hizo mella en sus apasionados corazones. (1)
Cuentan que...
(1) La presente alegoría está basada en una fábula de R.H. Reeves
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“Convirtiéndonos
en tomadores de decisiones conscientes,
empezamos a engendrar actos
que son evolutivos para nosotros
y para los que nos rodean.”
Deepak Chopra
—Se me han olvidado los deberes...—alegaba el alumno, tratando de justificar propósitos no conscientes.
—Se te olvidan más veces de lo aceptable. ¿Lo sabías? Me gustaría saber qué te lo ha impedido.
—(Una poco creativa respuesta).
—Estaría bien si te hubiera servido para lo que querías. ¿Sabes lo que pretendías?
(Perplejidad por desconocimiento de motivaciones).
—¿Qué hubiera pasado si...? —indagaba la profesora.
(Silencio, buscando argumentos de justificación).
—Te comprendo. Deseas aprender. Hoy he querido brindarte, rescatando a la consciencia, lo que hubieras ganado: Una oportunidad al reconocimiento de tus posibilidades.
Aunque sabía que no era determinante, el enfoque buscaba tanto centrar la atención para traer a la consciencia entendiendo para llegar a comprender, como expandir el entendimiento en un acto de constante acercamiento a nosotros mismos y a los demás.
Buscar la integración entre lo que hacía y el por qué era su constante de evolución. Cuando buscaba en sí misma, la respuesta no se hacía de rogar, porque eso era empatía, una forma de compartir un apremiante aprendizaje.
El camino de los tomadores de decisiones conscientes era estrecho y de suave ascensión. Las fuentes que aplacaban la sed del caminante eran reconfortantes aprendizajes para comprender causalidades.
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“El primer paso para la solución
de cualquier problema es el optimismo.
Basta creer que se puede realizar algo
para tener medio camino recorrido.”
J. Baines
Había una vez un lugar, tan cerca... como se está de los sueños.
Tenía una particularidad: solamente había niños y niñas. Probablemente era la visión de vida o el tamaño comprensivo del propósito de ella lo que les mantenía allí. Era de fábula: la comida no faltaba, siempre había frutas de mil y un árboles diferentes. Cada cual se dedicaba a lo suyo, jugaba y hacía cuanto quería, o mejor lo que podía, porque había conflictos. Las pequeñas y constantes disputas, dejaban inconclusas muchas ilusiones. No obstante nadie requería conscientemente soluciones.
Un día alguien decidió hacer algo... Fue diciendo durante siete días, a cuantos conocía, un lugar y momento donde, congregados, recibirían un sueño.
El día previsto acudieron curiosos en número considerable. Nadie parecía dispuesto a escuchar, porque eso era a lo que estaban acostumbrados. Fueron pasando los minutos y se reñían unos a otros. Al poco rato se fue despejando el lugar, al intuir una mayoría que nada ocurriría. No obstante unos pocos esperaron, fueron guardando silencio y quedaron sorprendidos con el regalo: tomaron conciencia de que necesitaban hacer algo y podían. Quedaron de acuerdo que cada día, en el mismo lugar, bajo el tilo, traerían una noticia que mereciera ser comentada.
Habían comenzado a escuchar, compartir y aceptar. Cada día el tilo era testigo de historias y sucesos. Risas, aplausos y silencio... para escuchar. Las cosas fueron cambiando, lo pasaban bien y se animaban unos a otros. El grupo fue aumentando; al poco ya había varios corrillos a la sombra del tilo. Se vivía satisfacción.
Aprendieron el arte de escuchar y compartían aceptación, aprobación y amistad.
Al cabo de unos años el país cambió y se olvidó su nombre. Muchos habían empezado a utilizar el de “Todolopuedes.”
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“Si educar significa
(según su raíz en latín educare)
sacar de adentro
y no importar de afuera,
es posible hacer que las personas
sientan su propia paz.”
Ken O’Donnell
-Me esfuerzo por enseñarles, pero algunos de mis alumnos no aprenden... qué me aconsejarías, tú que eres veterana en esta profesión.
-¿Qué no aprenden, concretamente?
-Parecen estancados, no responden a lo que les doy.
-¿Intentas introducir conceptos? ¿Llenar vacíos?
-Intento enseñarles el máximo...
-Ponte en su lugar. “Enseñar” sólo es una opción.
-No entiendo...
-Si quieres que un coche funcione ¿te ocupas sólo de ponerle gasolina?
-Debo tener en cuenta neumáticos, aceite, bujías, frenos...
-¿Qué cosas has tenido en cuenta de tus alumnos? ¿Entorno? ¿Actitudes? ¿Capacidades? ¿Creencias y valores? ¿Identidad? ¿Has descubierto sus talentos innatos y has buscado la forma de ayudar a mejorarlos? Pienso que la alternativa eres tú misma, proyectándote en hacer aflorar lo mejor de ti, arrancando el coche con la imaginación puesta en un montón de lugares por recorrer. La ilusión es contagiosa.
El silencio que procede a la reflexión, trazó un camino: El fin de la educación es el aprendizaje, para la Vida. Educar es invitar a caminar hacia la paz interior.
La causalidad velaba por el discernimiento.
(Extraídos del libro: “Volar sin batir las alas” de Miguel Oller Gregori)
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