RATÓN Y GATO
(Imagen creada por los autores de la web)
En una vieja casona de campo habitaba un gato, que cumplía fielmente con su deber de mantener a raya a los roedores. Los ratones conocían su olfato y su experiencia. No, no era un gato simplón y perezoso. Entre la población de roedores cundía el miedo, la ansiedad y ello se traducía en malestar. Les dolían las articulaciones, la cabeza, sentían dolor en el estómago y otras peculiares irregularidades en su anatomía. Entre los ratones creció uno especial. Se hizo consciente del temor, la ansiedad y la preocupación. Todos los demás conocían el problema… y la solución: deshacerse del felino. Pero una cosa es opinar y otra hacer. Era impensable urdir un plan conjunto. Había tiranos, pero no líderes. El ratón anónimo, joven pero viejo en conocimiento, sopesó las alternativas durante cierto tiempo. Su manera lineal de pensar no le permitía adentrarse en pensamientos de tres dimensiones. En el fondo de ellos siempre estaba el gato. Su enfoque era hacia el exterior. Era un callejón sin salida, así que buscó deshacer la madeja yendo hacia el interior.
Analizó qué era el temor, el miedo, el pánico, el horror, el pavor… también el origen del malestar: la ansiedad. Como colofón, el dolor insidioso que no dejaba dormir o relajarse. Se dedicó al silencio durante un tiempo. Cerraba los ojos e intentaba ver. Infinidad de imágenes y pensamientos jugaban con él alocadamente. Aprendió a seguir uno y no perderle la vista. Cuando extenuado de huir, le miraban a los ojos veía incomprensión. Pero aún así no conseguía ver los cabos del nudo. Continuó insistiendo. Su alma se hizo eco de su impaciencia y decidió alinearse con la comprensión. Las imágenes empezaron a tener sentido y comenzó a ver la urdimbre.
El temor, en distintos grados, era un mecanismo de defensa. Un aliado. Había que entender su lenguaje. Lo que ocurría era que al no hablar un mismo idioma se generaba tensión y se le escuchaba con recelo, desconfianza y aprensión. Aprendieron a mirarse de frente sintonizando su lenguaje. Hasta entonces el ratón había adoptado el papel de víctima y se sentía culpable. El temor le habló de detalles; le insinuó repetidas veces que la percepción de ataque, violencia, confrontación, que sentía eran fruto, más que del hecho en sí, de su interpretación, de su percepción. Su dilema se hacía inquietante: ¿verdad o ficción? Se dio cuenta de que eran lo mismo; conceptos complementarios.
Trató de entender el dolor, el malestar, la ansiedad. Poco a poco fue viéndoles el rostro. No eran enemigos, ni adversarios. Todo lo contrario: eran firmes aliados con un cometido: hacerle consciente de otra “realidad”. Tales pensamientos limitantes le decían que eran juegos de poder. Pronto entendió que el dolor que sentía en diversas partes eran despertadores hacia la consciencia. Debía asumir su papel de liderarse a sí mismo, buscar el equilibrio con la Energía, con su Esencia. Aceptó como aliados la rabia, el odio, la vanidad, el recelo, la arrogancia, la impaciencia, el rencor, la envidia…
Al cabo de un tiempo, consciente de su poder, podía pasear tranquilamente por la casa sin que el gato fuera un inconveniente. Para el felino el ratón era invisible. Eran Uno.
¿Dónde radica la frontera entre placer y amargura?
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