Educ.-26-/-30-
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—Tenemos miedo —respondieron ellos.
—Acercaos al borde —dijo.
Se acercaron.
Entonces él los empujó...
y ellos volaron.”
G. Apollinaire
Había constatado muchas veces que sabía más de lo que creía que sabía. El subconsciente ponía a disposición del consciente cuantiosos conocimientos. Ponerse en sintonía era la clave.
El transmitir confianza, aceptación, autoestima y un estado de relajación óptimo formaban parte de sus prioridades para la enseñanza.
Cada alumno era portador de valores y habilidades que se le habían de reconocer y potenciar. Le venían a la mente recuerdos en donde la aceptación de “si quieres, puedes” había surtido efecto. Reavivar éxitos anteriores para potenciar actuales, comprender las motivaciones y los bloqueos, eran argumentos utilizados como palancas.
Cada escalón de confianza y seguridad alcanzado, era un paso hacía un aprendizaje consciente, venciendo las resistencias al arriesgarse, ganándole la batalla al cerco producido por la inseguridad y el miedo.
Recordaba el proverbio que le llevaba a recapacitar sobre sus lastres: “De noventa enfermedades, cincuenta las produce la culpa y cuarenta la ignorancia”. Eran el reflejo de la ignorancia que provocaba el aferrarse a creencias limitantes, detractoras del potencial a reconocer y trascender.
Empujarse o empujar. Al fin y al cabo aprendizajes para llegar a volar.
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“La fe es un pájaro
que canta cuando la noche
todavía está oscura.”
R. Tagore
Había pensado a veces en la trascendencia de algunas de sus actuaciones frente a sus alumnos. Y cuando el pesimismo afloraba se dejaba arrastrar para explorar esos pensamientos sin fondo... porque... ¡había tanto que hacer!
Se acordaba entonces cuando, para compensar el desazón del derrotismo, de chiquillo en su pueblo, el verano arreciaba y el río dejaba descansar su caudal, los peces quedaban en pequeñas balsas de agua y fango, sin más futuro que la inanición por asfixia. Sacaba algunos y los depositaba en un pozalillo con agua, para soltarlos en la acequia, algo más arriba, aunque pensaba que era una ardua tarea y de todas formas la mayoría iban a morir. Cuando afloraba esa desilusión una vocecita en su interior se encargaba de estimularle: “Has ofrecido oportunidades.”
Recordaba así que un largo camino se efectuaba a pequeños pasos y cada parte, cada detalle tenía su razón de ser. El conjunto era importante, pero también cada parte.
Aquella sencillez de pensamiento le inyectaba la moral necesaria para seguir intentándolo. Cada hecho, cada persona en particular era importante. Pequeñas cosas que marcaban grandes diferencias. En conjunto era desalentador, mayúsculo; desmenuzado era aceptar un potencial de posibilidades presente a presente. Los reconocía como aprendizajes sobre cómo invertir en esperanza.
Obraba con la convicción de saber que cada acto que mejorara algo, por minúsculo que pareciera, era escuchar su intuición, un acto de reconocimiento de su vibración.
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“Una persona es tan grande
como positiva su actitud.”
Butzer
Más causal que casualmente se había caído. De la herida en la rodilla asomaba algo de sangre; aunque importante, no revestía mayor gravedad.
Después del patio tenía un examen, pero la profesora vio la conveniencia de avisar a sus padres, para que lo asistieran en el centro médico.
-¿Cómo ha ocurrido? - indagó la profesora.
-Iba corriendo...
-Tropezaste contigo mismo ¿verdad?
Sentir la herida le dolía, pero perderse el examen compensaba el accidente, teniendo en cuenta que había estudiado poco, según su criterio. Una constatación de que no había nada que no sirviera para algo. Todo justificaba un por qué y para qué: El miedo, el dolor, el olvido, la enfermedad...
Cada situación, cada hecho, que catalogaba de negativo, o con repercusiones no agradables, sabía que conllevaba una intención de aprendizaje, porque al enfrentarte a sí misma, cada acto consciente la llevaba a reconsiderar el valor y origen de sus aprendizajes. Ni premios, ni castigos, simplemente consecuencias.
Su propia actitud, enmarcada con equilibrio y ecuanimidad, era la que calibraba sus objetivos. El reconocerlos en sí misma y en los demás eran ajustes de poder.
La ley de vibración velaba del proceso.
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“Ciudad abierta y sin murallas
es el hombre que no domina su ánimo.”
Proverbios 25:28
El alumno, aunque no deliberadamente, estaba inquieto, incordiaba, se removía en la silla, hablaba, prestaba poca atención, moviendo una energía mal coordinada, que interfería, nada armoniosamente, con la de los demás...
El profesor consciente de que esas situaciones las vivía muchas veces y había aprendido con los años a entenderlas, cerró los ojos unos segundos y visualizó un campo de trigo mecido cadenciosa y suavemente por el viento...
Sabía, y lo practicaba siempre que se hacía consciente, que reaccionar con emotividad o descontrol, era entregar el poder a las cosas, a los demás y sabía que por él mismo y por el ejemplo que ofrecía a sus alumnos, esos momentos eran los propicios para entregar comprensión... respirar hondo y proyectar un pensamiento de paz... Entonces entendía las demandas del alumno. Se establecía así un diálogo en el silencio.
Sentía que la serenidad volvía a ofrecerle su potencial y podía discernir que un alumno, en silencio, en un lenguaje paralelo o no verbal, le estaba hablando, comunicando inquietudes, demandando comprensión... Unos segundos más, en calma, y sabía qué podía hacer para entrar en un diálogo constructivo, teniendo presentes las palabras de Lao-Tse: “El mejor soldado jamás ataca. El luchador superior triunfa sin violencia. El conquistador más grande vence sin combate. El director más eficaz dirige sin imponer. A eso se le llama ecuanimidad inteligente; a eso se le llama conocimiento de los hombres.”
Cada acto en el ejercicio de la comprensión era aproximarse hacia el conocimiento de sí mismo.
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“Quién en verdad habla,
no encuentra razón
para levantar la voz.”
Leonardo de Vinci
Los alumnos estaban algo alborotados. La profesora entró a clase... se paró unos segundos en el dintel... Tranquilamente... se situó, delante de ellos... y suavemente fue mirando a cada uno, asintiendo suavemente con la cabeza... a medida que iban guardando silencio... Sus manos estaban juntas, con los índices apoyados en la barbilla... en actitud pensativa. Se podía inspirar su serenidad... era toda atención... Transmitía seguridad y confianza.
Transcurrió un lento suspiro hasta el silencio total, con las miradas clavadas en ella... Todavía dio un paseo de ida y vuelta por delante de la pizarra en actitud meditativa... segundos vitales para contagiar imperturbabilidad...
-Acepto vuestra comprensión... Os felicito a cada uno, porque además de mirar, estáis aprendiendo a ver... y a oír, además de escuchar...- empezó a decir con voz muy suave y queda. Independientemente de la asignatura que me corresponde enseñaros- continuó, con igual tono -quiero pensar que puedo llegar a vosotros por el respeto que os merecéis. ¿Quién quiere ser escuchado, haciendo la primera pregunta, observación o comentario inteligente?
El silencio de atención de unos segundos se convirtió en aceptación hacia un diálogo entre inteligencias que buscaban compartir... La profesora estaba abierta a escuchar, para poder oír... Sus alumnos estaban aprendiendo... Era transferencia de entendimiento. Era aumentar la vibración, empatía, canalización consciente de energías, experimentando que eran seres en proceso de aprendizaje.
(Extraído del libro: “Volar sin batir las alas” de Miguel Oller Gregori)
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