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“Lo que nos perturba,
lo que nos preocupa
no es lo que ocurre
sino lo que imaginamos
que podría ocurrir.”
Amuyuni continúa con sus elucubraciones, al respecto de verdades y realidades.
Esfinge le lee el pensamiento y decide poner luciérnagas en su camino.
─Ciertas respuestas implican un nivel de consciencia. Las palabras para articular razonamientos a veces sólo son ilusión. No obstante encuentro ilustrativa la estrategia de Pulgarcito, cuando adentrándose en el bosque con sus hermanos, decide dejar un rastro de migas de pan, con la intención de poder volver sobre sus pasos… Otras versiones del famoso cuento apuntarían a piedrecillas, tratando de darle congruencia, por cuanto el pan resultaría un rastro poco duradero o fiable. En cualquier caso si optó por las migas… ¿Cómo encontrarían el camino de vuelta? Adentrarse en el laberinto abre a la incertidumbre, a la inquietud… por la ansiedad de sentirse perdido… como fue el caso del laberinto de Minotauro y el hilo de Ariadna gracias al cual consigue Teseo encontrar la salida… Un nivel diferente de consciencia ─continua insistiendo Esfinge en la idea de la intención y la confianza en el fluir del caminar─ indicaría que salir… entrar… perderse… hallarse… son apreciaciones en función de las creencias o expectativas. La intuición vela por aquellos que, conscientes de sus limitaciones, saben de sus recursos ilimitados.
─No quiero quedarme atrás en las parábolas, buscando el entendimiento entre las rendijas de los interrogantes. ─Le contesta Amuyuni─. Me viene a la mente, siguiendo tu línea de pensamiento en la búsqueda de la sintonía con la esencia, la anécdota de aquel mendigo con un cartel que rezaba: “Pido dinero, para comprar un coche”. Conseguía llamar a atención por lo inusual de su demanda y más de uno apuntó alguna objeción: “Un coche no es algo prioritario”. “¿Tendrás dinero luego para gasolina?” La contestación de todos modos no se hacía esperar: “Oiga, yo pido dinero, no que se cuestionen mis necesidades” o “Quiero un coche, no consejos”.
Comparten una leve sonrisa. El humor… agudiza el ingenio.
─Creo que empiezas a comprender que nuestro encuentro, en el laberinto de verdades del entendimiento, era el reclamo en tu camino hacia la Esencia. “No es más pobre quien menos tiene, sino quien más teme tener”. Adentrarse en ciertas realidades requiere desprenderse de discutibles necesidades… y puede que también de auténticas necedades.
─Me pregunto, insisto ¿por qué enviarían los dioses a Pandora con su caja de males?
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“Lo que nos trae problemas
no es lo que sabemos,
sino lo que sabemos
que no es así.”
Will Rogers
Amuyuni es consciente de su incertidumbre, de la desconfianza, del recelo, al pensar en dicotomías. El Yo y lo demás le crea contradicciones.
─Abrirse a querer ver ─le indica Esfinge, proponiéndole focalizar la atención en una forma no lineal de percibir, dejando que sus interrogantes desplieguen las alas de una nueva comprensión─ implica desabrochar el mirar. ─El mal… el bien… depende de con qué se comparen. Son uno, aunque nos empeñemos en conceptualizar diferencias.
Nuevamente se miran a los ojos. Intentan ver más allá de las miradas. Cuando los sentimientos aúnan los corazones se puede fijar la vista en el suelo, pero se está tocando el cielo. El diálogo interno establece una tregua para recomponer la sintonía, cierran los ojos y una sonrisa incita a seguir… “dialogando”.
─Alguna vez he contemplado el espectacular despliegue de cientos de estorninos, ofreciendo su danza con maniobras perfectamente sincronizadas. Su vuelo, su poder, su fluir con el movimiento era total. Escapaba a mi comprensión observar que su fuerza residía en la unidad, siendo centenares, como un todo…
Esfinge asiente con la cabeza. Aunque encajada en un cuerpo que no le corresponde, forma parte de ese mensaje que intenta aunar una comprensión más allá de los razonamientos. Es consciente del mensaje que transmite, más allá de las percepciones. Para unos un monstruo, para otros unión de lo terrenal con lo divino.
Lo esencial, una vez más, escapaba al control del ojo, porque la esencia sólo es captada per el espíritu vigía.
─En buena medida ─apunta nuevamente Esfinge─, miras hacia donde te han enseñado a mirar. A veces es preferible mantenerse en el error que abrirse a nuevas verdades, porque comportan responsabilidad e incertidumbre; por eso nos subyugamos a la estrechez de miras. Los pobres esperan cierta felicidad cuando sean ricos, pero… ¿y los ricos? ¿son felices?
─Entiendo que es una pregunta retórica pero yo creo que forzados a mirar… prefieren no ver… aunque quizás conciban cierta felicidad, mientras a su alrededor haya pobreza. Recuerdo, al respecto, que una vez preguntaron a un inglés por qué conducían por la izquierda, cuando en muchos otros países habían acordado hacerlo por la derecha. La respuesta, llana y sencilla fue: “No tendríamos ningún problema en conducir por la derecha… siempre y cuando… todos los demás lo hicieran por la izquierda”…
Esfinge sabe del camino de la humanidad por alcanzar la divinidad, y que la divinidad conspira… para que así sea, porque las diferencias que atentan la unidad sólo son un juego de palabras entre humanos.
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“Los pensamientos son cosas
y la mente es el constructor.”
Edgar Cayce
El diálogo compartido abre núcleos que albergan evidencias agazapadas. Los entresijos por los que se van aceptando verdades hacen cuña. Los reveses de la vida cumplen una seria misión: ayudar a vencer la somnolencia. Aceptar evidencias no es resignarse, es valorar creencias.
Se permiten tiempos muertos para recapacitar sobre sus afirmaciones, cotejando razones y principios. Los paradigmas, como los puentes, sólo son socavados cuando los principios que los sostienen son puestos a prueba y aparecen fisuras. La ensoñación o la vigilia son maneras de entender ciertas realidades. A veces se presentan como quimeras, ilusiones, fantasías… grados de percepción al amparo de las creencias. Reflexiones planeando entre brumas.
Esfinge retoma el hilo de la conversación buscando tejer una cuerda que permita escalar otro nivel de consciencia. Su estrategia, como al pretender salir de un laberinto, establece ver, controlar las emociones y seguir con una mano el muro de recoveco a esquina. Sigue designios de otros planos, sugerencias de otras esferas. Como en una espiral va abriéndole camino; en todo momento sabe que son Uno, aunque los pensamientos y caminos puedan ser diferentes.
─Desde lo alto de un edificio muy alto, ─le dice Esfinge─ un pueblerino, venciendo el vértigo, se asomó a la calle. Le llamó la atención ver las personas tan diminutas, allá abajo. A medida que iba bajando, para contrastar su incredulidad, se asomaba de tanto en tanto a observar cómo iba creciendo un hombrecillo sentado en un banco. Al llegar a la calle se fue corriendo a abrazar a aquella persona objeto de su vivo interés. Ante la extraña actitud ésta le preguntó: “¿Nos conocemos?” Contestándole con alegría: “¡Y tanto!”, mientras extendía los brazos con las palmas casi tocándose. “Desde que eras así de pequeño”.
Amuyuni guarda silencio. Le dirige una mirada en espera de aclaración. Intenta vislumbrar el contexto a colación de… No lo encuentra. Observa, mueve la cabeza a uno y otro lado mientras esboza una sonrisa de complicidad. Las causalidades señalan de nuevo el sendero. La Providencia vela del buscador. Más allá de las palabras se encuentra su ángel que le apunta un guiño para reconocer los ecos que le orientan. Una larga inspiración de aceptación le hace cerrar los ojos y la suave melodía “Barcarola” de los cuentos de Hoffmann, de Offebach le mece al encuentro de una nueva disposición de ánimo.
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“Juan Gaviota descubrió que
el aburrimiento, el miedo y la ira
son las razones por las que
la vida de una gaviota
es tan corta.”
Richard Bach
Amuyuni no presta mucha atención a las bien intencionadas observaciones de Esfinge. Teniendo por costumbre caminar con la cabeza vencida, cuando al anochecer mira el cielo apenas se percata de las estrellas. Su vigilante interno, el que conecta con su Esencia, sabe de sus otros cuerpos conectados al Todo que le asisten.
Esfinge le mira y le insta con un ademán, poniendo el dedo sobre los labios, a guardar silencio. Quiere dejar que saboree el principio que lo dirige.
─Recuerda que la meta no es el final del camino ─le recuerda.
Amuyuni asiente lentamente con la cabeza. Sutiles destellos sobre la vida y la muerte le transponen unos instantes.
─¿Crees que tendrías la misma percepción o que cambiarían tus prioridades si supieras… que vas a morir en una hora? ─le aguijonea Esfinge─. ¿Crees que tomarías las decisiones con el mismo espíritu? ¿Te resultaría fácil? Sabes que eres mortal, pero te invade la inmortalidad… Recuerda: Fácil es aquello a lo que nos dignamos a mirar a la cara, fiando de nuestras alas.
No son preguntas que requieran respuesta. Sustentan la intención de hacerse hueco entre las huellas del caminar.
Amuyuni guarda silencio, rumia los comentarios. Sabe que no es el azar quien mueve los hilos. Se están sacudiendo paradigmas, la esencia de sus creencias. Recuerda aquella vez, no hacía mucho, que un tropiezo le llevó al suelo, con considerable dolor. Las imprecaciones estaban prontas a desbordarle. Sus rutinas, poco reflexivas y menos aún creativas, le susurraron, tratando de recomponerle: ‘Lo importante es levantarse’, ‘Caer es inevitable, ponerse de pie un imperioso reto’. El ángel que acompañaba sus pasos le indicó, sutilmente, como un eco: ‘No es el cómo, sino el qué te llevó al suelo. Busca en la consciencia.’ No entendió la advertencia; el dolor cegaba opciones. Su ángel insistió: ‘… el propósito del caminar…’ Levantó la vista, intentado recomponer la verticalidad. Una hoja cayó balanceándose ante sus ojos. Entendió: Fiaba en sus ojos y sus piernas, pero un inconsciente propósito se encargaba de trabarlos. Trastabillar y caer era aceptar el mensaje de que una cosa era mirar y la otra ver… para evitar caer. No era tanto la consecuencia como el propósito al que era espoleado.
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“Todo es relativo.
El tiempo que dura un minuto
depende del lado de la puerta del baño
en que te encuentres.”
Marcos Mundstock
El mutismo de la reflexión lleva a Amuyuni de nuevo a considerar el preciado sentir de la vida… y la muerte… No, su percepción no sería la misma si sintiera que el abandonar este plano, con toda su carga emocional, fuera palpable, inmediato.
Esfinge lee sus pensamientos. Integrar la muerte en la vida conlleva abrirse a nuevas realidades, a contemplar otros… mundos. Nuevos arquetipos hacen cuña y asientan renovadas perspectivas. La consciencia del propósito de mirar, atrae la consiguiente forma de ver. Nacientes creencias abren el potencial de creer que es posible el caminar sobre las aguas. Todo en el sendero cumple un propósito. En la ensoñación de la cual forma parte, la causalidad rige. El fuego purifica… destruye… pero nada queda reducido a la inexistencia. La muerte… la vida, son un continuo. En esa línea de pensamiento quiere incidir un poco más por cuanto es destacar limitaciones para aceptar que no hay límites.
─Un día ─apunta Esfinge, tratando de contrarrestar los embates de consciencia de Amuyuni─, en los momentos anteriores a la quema de las Fallas en Valencia, planea en la mente de muchos turistas la incredulidad de que monumentos tan espléndidos deban ser entregados a la purificación de las llamas, quedando sólo el recuerdo. Para como el ave Fénix, renacer de sus cenizas. Puede resultar un canto a la vanidad, pero es el esplendor del fuego el que cautiva las voluntades, mientras las figuras se desvanecen… Un final aparente da lugar a un nuevo presente.
─Dejemos que los muertos entierren a sus muertos, decía Jesús ─incide Esfinge, anticipándose a evitar enzarzarse en devaneos y perderse en las palabras.
Amuyuni lo toma como un “has entendido, pasemos a otras cosas”. Nuevas perspectivas afloran. Su Esencia le ha brindado una nueva forma de percibir. El acertijo ha cumplido un notable cometido. Reconoce que los laberintos que le propone Esfinge no son un entretenimiento para medir inteligencias, ni para aprender a razonar o asirse a la lógica. Nuestra razón anda buscando motivos para entender los guiños de la Esencia. Recuerda que alguien dijo: “Ser inteligente no es sinónimo de saber pensar bien”. Ha dado tres pequeños pasos de gigante. No tiene videncia pero empieza a saborear lo evidente.
(Extraidos del Libro: “Hacia la sintonia con la esencia” de Miguel Oller Gregori)
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