─Amuyuni, cuando algún pensamiento me acosa observo que me cuesta apartar la mente de eso. Sea un problema de salud, de trabajo, de relación…

─Entiendo… Pero ¿Cómo lo consigues?

      La capciosa pregunta ofrece un paréntesis para reconsiderar fríamente la actitud: "me atrapa". Después de unos breves instantes el interlocutor vuelve a la carga.

─¿Qué cómo lo consigo? No sé… No lo hago adrede. Los pensamientos parecen tener vida propia. Surgen solos, no los invito, ya están dentro.

─¿Eso crees? Volvamos al principio. Decías: "cuando algo algún pensamiento". ¿Cómo haces para controlar a los otros?

─Algunos los controlo, otros se autoinvitan y empiezan a zarandearme. Se vuelven insidiosos, a veces obsesivos, impulsivos…

─Hablas de ellos y de ti. ¿Dónde está la frontera que os separa?

─No lo había percibido nunca antes así. Ahora que lo comentas… 

─Ellos están dentro y tú fuera o es al revés ─le interrumpe.

─No sé, el pensamiento está ahí.

─¿Podrías decir que son el resultado del pensar?

─Me confundes. No puede determinar cómo surgen, pero ahí están.

─Me hago cargo: Para tragar siempre hay que masticar. Cuanto más grande el bocado más necesarios son los dientes. Todo sigue un proceso. ¿Lo habías pensado?

      Silencio.

─Ten en cuenta ─continúa Amuyuni─ que es la actitud de valorar, decidir. Lo vives como un fastidio. La clave es la forma de percibir y de darle forma. Luego se traduce en órdenes, razonamientos, establecimiento de prioridades… No ves las cosas como son, sino como crees que te van a afectar, por cómo piensas. Piénsalooo.

      Su interlocutor levanta las cejas. No acaba de precisar si pensar es propio o ajeno. Levanta los hombros, porque no acaba de asimilar cómo puede desvincular sus pensamientos del estado de ánimo a que le inducen.

      Amuyuni no insiste más. Es cuestión de tiempo que el insalivar se vuelva consciente e invite a una deglución sosegada.

      ¿Cuánto puedes masticar con un solo diente?