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“Cuando se huye es cuando
más riesgo se corre de tropezar.”
Casey Robinson
Aquel curso se había propuesto aprender: tenía alumnos con carencias afectivas, retrasos escolares y notorios conflictos no resueltos...
El profesor sabía que no iba a ser casualidad para él ni para aquellos alumnos que se fuera a involucrar en ayudarse y ayudarlos.
Su estrategia se basó en hacer valoraciones lo más precisas posible para saber en todo momento sus alternativas.
En sus meditaciones dejaba que la intuición le fuera marcando los parámetros en los que basarse, para que emergiera la línea de actuación más acorde con el propósito.
La determinación le legó la necesidad de averiguar cuantos datos pudiera de sus alumnos: historial académico, situación socio-familiar, preferencias, motivaciones, rasgos conductuales más destacados, afinidades relacionales... tanto los individualmente como del grupo: historial (cómo se habían resuelto los diferentes problemas hasta el momento, profesorado, antecedentes...) dinámica relacional del grupo, líderes...
Era un buen comienzo y se entregó a ello, recopilando infinidad de detalles que le parecieron muy significativos: estrategias que se habían empleado con ellos (autoritarismo, deferencias, alabanzas, críticas, enseñanza muy basada en contenidos próximos o ajenos a las expectativas de sus vidas, coordinación entre el profesorado...). Esta etapa le llevó tres semanas.
Las clases habían empezado hacía tres días y era buen momento para comenzar a observar y canalizar mensajes conductuales tanto individuales como de grupo. Reparó en muchas reacciones, que hacían de la clase un vivero para luchas de poder; pudo contar hasta ocho grupos interactuando.
La estrategia se iba perfilando por sí misma: debía ir unificando afinidades, armonizando energías hacia objetivos comunes, puliendo lo que separaba a favor de lo que unía; alabando en vez de criticar, aupando las legítimas motivaciones, para dar paso a la integración como grupo, dando una razón de ser al aprendizaje, no especialmente al académico. Sabía ya de sus frustraciones escolares y familiares, de su inadaptación, como resultado de la sistemática infravalorización. Era también curioso observar cuán poco se escuchaban unos a otros y al profesor... Establecer unos paradigmas para hacerles conscientes de ese fenómeno fue también un gran avance. Se había introducido la “asamblea de clase” en momentos que se aconsejaba un consenso.
La siguiente fase fue la de empezar a realzar las principales cualidades y las estrategias que utilizaban para resolver sus relaciones. Su cuaderno se llenó de muchas notas y observaciones, que comenzó a contrastar con otros profesores, psicólogo, padres... llevándole otras dos semanas. Mientras tanto valoraba el aceptar opiniones y cualidades, quién organizaba bien, dibujaba estupendamente, resolvía prontamente problemas... sin que en ningún momento se hablara de horarios rígidos, ni exámenes... La clave estaba en hacerles conscientes de sus actos. Les sorprendía con historias, fábulas y metáforas que agradaban, porque encerraban lecciones sutiles, dirigidas a la intuición, a sembrar en la mente.
En su diario escribía tres cosas conseguidas, tres que hubieran podido mejorar y tres que todavía quedaban por mejorar. Era su propia evaluación.
Poco a poco se iban desentrañando las sutilezas de cómo se enfrentaban a los conflictos, ofreciendo propuestas y alternativas para mejorar su propia visión de las cosas, columna fundamental para encauzar sus energías, aprendiendo a aceptar el brillo de sus decisiones.
La Ley del karma velaba del proceso.
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“La conclusión final es que sabemos muy poco
y, sin embargo, es asombroso lo mucho que conocemos.
Y más asombroso todavía
que un conocimiento tan pequeño
nos pueda dar tanto poder.”
Bertrand Russell
La profesora hablaba más bien poco, pero como los búhos, se fijaba mucho. Le gustaba observar el lenguaje corporal de sus alumnos, porque era el catalizador de una comunicación eficaz; mensajes sutiles para un diálogo vivo.
Había aprendido a interpretar lo que decían cuando se “atrincheraban” detrás de sus mesas, buscando protección, o lo mismo cuando cruzaban los brazos o las piernas. Escuchaba lo que les decía cuando observaba que se echaban hacia atrás, buscando guardar las distancias, o hacia delante confirmando aceptación con lo que veían u oían, o cuando se medio tapaban la boca indicando...
Podía sentir cómo se removían inquietos cuando pasaba por detrás de ellos mirando los trabajos. Cómo abrían los ojos cuando les señalaba con el dedo y les llamaba por su nombre, apremiándoles con alguna respuesta.... Cómo mantenía su atención atrapándoles con la mirada durante tres segundos. Cómo cerraban momentáneamente los ojos en señal de bloqueo, apreciando que si lo hacían varios era momento de cambiar; al contrario, la sutileza de ladear la cabeza demostraba interés, indicándole que podía continuar... Notas de la melodía a interpretar. Música para el alma.
Le permitían ser consciente de poder escuchar con los ojos además de con los oídos. Era escrupulosa observadora de la causalidad hacia la empatía.
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“Si tratas a un individuo...
como si fuera lo que debe y puede ser,
se convertirá en lo que debe y puede ser.”
Goethe
Había leído sobre las características del suelo, sobre la generosidad y conveniencia del abonado, de las plagas que acosaban las plantas. Sabía de la importancia de muchos estudios rigurosos y serios al respecto. Sin embargo gustaba de la sencillez. Observaba y veía en su mente la planta ideal. El tiempo le iba indicando, con paciencia, cuál gustaba del sol directo, cuál de la sombra... de poco riego... de un lugar más cálido... Aunque tenía una treintena de plantas diferentes casi todas estaban sanas y llenas de vitalidad. Todas eran igual de valiosas. Un pensamiento de halago, unas palabras de agradecimiento, limpiar una hoja o acariciar una flor... eran proyecciones de reconocimiento. De un vistazo sabía cuál tenía sed, la que estaba demasiado expuesta al sol, la que necesitaba cambiar de “vecinas.” Cada estación era un acontecimiento.
Alguna vez las plagas acosaban y aconsejaban los pesticidas, pero sin ellos la mayor parte de las veces cedían por sí mismas. Gustaba de respetar los procesos naturales. Su mejor recompensa era sentarse en una banqueta frente a ellas y nutrirlas de admiración, dejando que la belleza acariciase sus sentidos.
Al contemplarlas, como educador, recordaba unas palabras de Freinet: “La educación no es una fórmula de escuela, sino una obra de vida.”
Acertaba a nutrir a sus alumnos con el saber de que eran importantes por lo que eran y no por lo que llegaran a ser...
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“El triunfo no está en el vencer siempre,
sino en nunca desanimarse.”
Napoleón
A veces en las reuniones de profesores surgía la pregunta ¿qué podemos hacer...? más como un lamento retórico de impotencia, que como un intento de búsqueda de soluciones, ante situaciones que desbordaban a menudo.
Se decía muchas veces: “Querer es poder”, aunque casi siempre se ofertaba el lema para que alguien contribuyera a la solución. Mientras tanto una gran parte quedaba a la expectativa, más por resignación que por confianza. El remedio estaba en uno mismo, cuando lo hacía consciente en su voluntad. El lamento sólo era la decisión de dejar la resolución en manos ajenas, negándose una oportunidad: “Un labrador anciano tenía varios hijos jóvenes que se llevaban mal entre sí, sin que fueran bastantes a avenirlos las exhortaciones de sus padres. Un día les congregó a todos y mandando traer una porción de varas, y haciéndolas un haz, les preguntó cuál de ellos se atrevía a romperlo. Uno tras otro todos se esforzaron para lograrlo, pero ninguno pudo conseguirlo. Entonces el padre desató el haz y tomando las varas una a una les mostró cuán fácilmente se partían, y enseguida les dijo: De esta manera, hijos míos, si estáis todos unidos nadie podrá venceros; pero si estáis divididos y enemistados el primero que quiera haceros mal os perderá.”(1)
La Ley del karma apremiaba a la determinación... para poder volar y sintonizar el susurro de las estrellas.
(1) Esopo “Fábulas completas” Fábula XCI Ed. PPP 1984 pg. 84
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“La educación verdadera consiste
en ayudar al niño a manifestar
la divinidad latente en él.”
Sai Baba
Recién cumplidos los cincuenta tuvo un sueño; al rememorarlo no supo distinguir si dormida o despierta.
Contempló un terreno espacioso, en donde llamó su atención un gran árbol... Fijando la vista alrededor observó otros más: fresnos, pinos, cedros, tilos, hayas... Al detenerse a mirar con detalle vio unos niños que se sentaban debajo de la encina, recordando entonces que era considerada como árbol sagrado, que simbolizaba vigor, fuerza... cuya energía vital decían, ayudaba a aumentar la inteligencia y ordenar las ideas. Dejó que las causalidades de su intuición continuaran abriéndose. Los vio acompañados por una persona mayor... incluso le pareció oír que resolvían problemas de matemáticas... Más allá la vista se detuvo en un gran tilo y una escena similar: otro grupo de jóvenes y un adulto conversaban amigablemente y una voz que le comentó “bajo los auspicios del tilo nos armonizamos para desplegar nobles sentimientos, desarrollando la capacidad de amar...” Otra voz, como un cicerone invisible, le fue guiando susurrándole “esta es nuestra escuela, somos muchos grupos más y de distintos niveles. Entrenamos tanto lo físico, como lo emocional, mental o espiritual, buscando el equilibrio en todo ello. Bajo el tilo también practicamos ejercicios físicos, pues estimula la agilidad y elasticidad... Bajo los pinos practicamos ejercicios respiratorios, con notables efectos estimulantes y reparadores de cuerpo y mente... A la sombra del haya practicamos la concentración... En todo cuanto hacemos abrimos nuestros canales a la luz, para recibir energía de purificación, dejándonos llevar por el silencio, que es guía considerado... Buscamos conocimiento con cuanto nos rodea, absorbiendo equilibrio, paz... Respiramos con consciencia, porque compartimos la energía.
La comprensión se acentúa porque dejamos fluir las enseñanzas sin tensión... Los padres de nuestros alumnos nos apoyan y comparten también enseñanzas, sumándose periódicamente a nuestras actividades, no por compromiso, sino por la necesidad de compartir, aunando sabiduría... su predisposición favorable y respeto al maestro son un ejemplo, que saben valorar los alumnos... El sentido común y la sencillez, nos llevan a sumergirnos en el ejercicio de la voluntad y la armoniosa nobleza de sentimientos. Nos gusta colaborar...”
Apenas podía creer que al rememorar su sueño se le hubieran quedado tan vívidas las imágenes y tan grabados los mensajes...
Un día no muy distante del otro, tuvo otro sueño: Se vio a sí misma dejándose llevar a un campo abierto, donde alisos, abedules y fresnos guiaban a estimular atributos espirituales, desplegar alegría, sensibilidad y fuerza de voluntad... permitiendo acercársele alumnos de ambos sexos, de corta edad, confiados porque querían sin temor batir sus alas y comenzar a planear... Se vio a sí misma dejándose abrazar por la confianza de sus pupilos, por la paz del ambiente... se sintió respirando sencillez, alegría... improvisando enseñanzas bajo la inspiración de la intuición...
Su despertar tuvo un nuevo propósito: conectar con su sueño, sin escuchar sus resistencias, que la acariciaban diciéndole: “no es posible...”
Con la confianza de quien sabe que era su sendero, comenzó a darse permiso para aceptar sus sueños y caminar conscientemente hacia ellos, porque la felicidad no era una meta, era un camino hacia la unidad.
Cuentan que una maestra fue pionera...
“ Todo lo que das, te lo das.
Todo lo que quitas, te lo quitas.”
(Extraídos del libro: “Volar sin batir las alas” de Miguel Oller Gregori)
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