PENSANDO EN AÑIL
En la gama de los colores fríos, el añil o índigo se encuentra un tono menor que el violeta. En la vibración que ejerce, invita a la calma, la serenidad, la paciencia, para poder reflexionar, valorar y escucharse, dejando que la consciencia y la conciencia se manifiesten. En el cuerpo físico puede actuar, a igual que el azul y el verde como antiinflamatorio, sedante, evitando conflictos emocionales como el enojo, el disgusto y la irritación, mejorando las dolencias renales y hepáticas, derivadas de esos estados afectivos; también los asociados a sobrecargas: hipertensión, estrés, ansiedad, acaloramiento, ofreciendo su efecto equilibrador.
Creemos que sabemos dónde estamos y hacia dónde vamos, pero no sabemos quiénes somos ni los propósitos de nuestro devenir. Ésta falta de claridad redunda en la transparencia de la intención y es fácil justificar los desatinos. Mucho de andar hacia el bienestar nos lleva hasta el malestar.
Pensar en añil sería una invitación a la ecuanimidad, al equilibrio, a la sensatez, tomando el tiempo necesario para el diálogo interno, para valorar el yo y el nosotros.
Fácilmente, en busca del bienestar, se cae en la ambición, codicia, avaricia, arrogancia, envidia…
Se cuenta que hubo un rey con talante de magnánimo. Ofrecía sin discriminación alguna todo el terreno que se pudiera rodear a pie en un día, a cambio del puñado de monedas de oro que cupieran en un pañuelo. Cada cierto tiempo un emisario recorría el reino recordando la generosidad del monarca, no faltando aspirantes, como aquel aldeano, labrador que olfateó la oportunidad de convertirse en un próspero terrateniente. Vendió cuanto poseía para reunir el oro necesario y materializar su sueño.
El rey y algunos dignatarios acudieron a la prueba de ecuanimidad el día señalado. Desde el alba hasta el ocaso estaría abierta la oferta. Si al ponerse el sol el aspirante no estaba de vuelta al lugar de origen perdería el terreno y el oro.
El protagonista empezó a correr con gana y fuerza, puesta la vista en el horizonte. Pero a medida que transcurrían las horas, el cansancio empezó a sujetarle, aunque continuó trotando, pensando en un poco más, apenas sin comer ni beber, por no perder tiempo. Al final del día, con el último rayo de sol, conseguía llegar al punto de partida, exhausto. Dirigió su mirada al monarca, se llevó las manos al corazón y cayó muerto a sus pies.
En silencio el séquito constató, una vez más, el precio de la ambición, no el valor del esfuerzo. Nadie de cuantos a lo largo de los años lo habían intentado consiguió materializar su anhelo. El rey dispuso que fuese enterrado allí mismo, donde había caído, sin recordatorio, ni epitafio.
Se dice que cuando el barco se ha hundido, todo el mundo sabe lo que debía haberse hecho para evitar el desastre. El lamento y la búsqueda de culpables no alivia del desconsuelo de aceptar que no hay libertad sin cadenas. Hércules tuvo que enfrentarse a la hidra de siete cabezas; los derroteros de insatisfacción de la sociedad actual ocasionan un quebranto incalculable al estado de ánimo, enfrentándonos a una hidra de mil cabezas.
La alternativa es pensar en añil o índigo.
"Cuando el infortunio se generaliza en un país,
se hace universal el egoísmo."
Montesquieu
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