CONCIENCIAR AL MAGO
(Imagen creada por los autores de la web)
Su mejor compañero, uno mismo, llevaba un tiempo requiriéndole. Recién cumplidos los cuarenta sentía la desazón de la insatisfacción. Una depresión que no acaba de sortear le perseguía. Apenas podía concentrarse. Le costaba dormir; de madrugada se despertaba y los mil fantasmas de la preocupación le disparaban la inquietud y el descanso. En ese desdibujado cuadro se hundía cada día. Diversas medicaciones le habían insinuado mejoría, pero no las entendía. La preocupación, quizás la culpa, le tenían maniatado. Quería salir de aquella angustia constante, de aquellos picos de nerviosismo y desazón, de aquel “corre-corre que te pillo”. La insatisfacción, decepción, desconfianza, incertidumbre… le sacudían, porque no veía el final. No sabía a quién recurrir. Los días pasaban entre el gris y el marrón, la satisfacción, el contento y la alegría habían cedido su casa al descontento, al malestar, a la amargura. Creía que necesitaba respuestas. Miraba hacia atrás buscando causas, se proyectaba al futuro queriendo asirse de la esperanza. Todo inútil. Quizás le estaba pidiendo peral a un peral en flor, quizás… la duda, sus constantes “y si”, sus devaneos, buscando razones. Todo, en su ocaso, parecía inútil. Sus pensamientos volvían una y otra vez al recurrente imaginar enfermedades, díscolos quebrantos, cerradas expectativas. Ni los consejos de amigos, familiares o especialistas le alejaban de su estado de histeria. ¿Cómo lo hacía? ¿De quién o qué era prisionero? Buscaba respuestas. Comenzó a leer rebuscando soluciones, alternativas. Docenas de libros con títulos prometedores aportaron algo de comprensión, pero sabía que una cosa era comer y otra alimentarse. El proceso requería de paciencia y disciplina.
Empezó un día sin más a retirarse en ciertos momentos a buscarse en el silencio. Se centraba únicamente en la respiración. Le costaba prestar atención a lo que hacía, pero perseveró. Quizás, se estimulaba, estaba cogiendo carrerilla para saltar.
Una pequeña luz se veía muy al fondo, pero era un referente. Un horizonte tangible. Algo, en sus retiros de silencio le indicaba que era un requerimiento del alma. El diamante estaba siendo tallado. En el pistilo, la fecundación ya había proyectado el fruto; la pera del peral en flor era una realidad. Comenzó a valorar el destripar emociones. La desconfianza, sus murallas, sus generalizaciones, y exageraciones empezaron a despertar su conciencia. Se percató de su hiperactividad, fruto quizás de su inquisitivo control hacia su entorno; su falta de flexibilidad impedía que se le contrariara. Sus amenazas a la privacidad; su descontento invitando a la crítica; su mordacidad esquivando a la aceptación… fue abriéndole un camino hacia la oportunidad. Conflicto y alternativa. Pensó que no necesitaba las mil máscaras para aceptar su esencia. La esperanza era una resignación a la que no se doblegaba. Su “ego” había estado gobernando sin oposición. Pero ahora había disidencia. La arrogancia estaba cediendo su cetro. La comprensión de ciertas de su estrategias les estaba devolviendo la confianza. Comenzó a desaprender, a cuestionar sus valores. Se esforzó en tapar sus trincheras y en abandonar sus armaduras. Poco a poco fue sacando brillo a sus sentimientos y sus actitudes fueron revistiéndose de luz. Continuó desempolvando olvidadas estrategias, se entregó a la calma, la serenidad, la paciencia. Aquella oscuridad que le doblegaba había cedido. La magia ocupaba su lugar. La rabia, el odio, el resentimiento, la envidia y ciertos temores estaban lidiando una batalla perdida. Sus fuegos de poder se iban taponando y caminaba a la caza de la impecabilidad, sin ansiedad, sin pre-ocupación, sin victimismo ni actitud crítica y sin culpa. La flexibilidad llevaba de la mano a la tolerancia, a la confianza. La luz allá en el fondo era el amanecer. Un despertar le guiñó el ojo. Estaba escapando de su secuestro.
¿Cuántas excusas hacen falta para acallar la insatisfacción?
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